De repente el sonido del zoom se siente con un pequeño eco, es el momento de la sentencia, justo cuando la jueza va a comenzar a leer. Se hace un silencio y se escucha la condena. Celeste respira hondo y se le escapan las lágrimas. Se tapa la cara con las manos. Susurra algo. Dice que se hizo justicia. Al hombre que la quiso matar le dieron 14 años y medio. No va a tener que temer verlo de nuevo. Ya pasó un año y ocho meses de ese día, cuando quedó derramada en su departamento, tratando de no respirar para seguir viva. “Esto es por mis dos amigas que no están y por todas las chicas que vienen. Esto es para que a ellas no les pase lo mismo”, se emociona.
El fallo del Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional Nº5 porteño le aplicó esa condena, pero para conocer sus argumentos habrá que esperar diez días. Cristian Scigliano fue sentenciado “por homicidio agravado por odio a la identidad de género y mediando violencia de género, en grado de tentativa”. También le impuso la imposibilidad de contactarla por ningún canal y dispuso su traslado inmediato a la cárcel. Es la misma calificación que tuvo en 2018 la histórica sentencia contra el asesino de la militante trans Diana Sacayán.
“El tribunal reconoce el odio a la identidad de género y a la violencia de género, siguiendo el camino que inauguró la sentencia de Diana. Eso es muy importante, porque sigue vigente el reclamo del colectivo travesti trans y los tribunales están dispuestos a escuchar ese reclamo”, explicó la abogada de Celeste, Luciana Sánchez, apenas se terminó de leer el fallo.
Celeste es mujer trans y trabajadora sexual. Hace siete años, Scigliano la contactó. Tuvieron un par de encuentros y ella se fue a Santiago del Estero, donde le ofrecieron un puesto de enfermera. Durante ese tiempo, él le escribía y ella no contestaba. El sacaba perfiles nuevos de Facebook, hasta que en un momento no supo más de él. Pero cuando ella volvió a Buenos Aires, él apareció de nuevo.
“Hasta ese momento solo parecía un intenso, un pesado, pero cuando lo volví a ver estaba más agresivo. Y a medida que se daba cuenta de que yo no lo quería ver, más todavía. Antes, las veces que lo vi estaba presente una amiga mía. Pero cuando me mudé yo estaba sola y él lo sabía. Me insistió de arreglarme unas cosas en el baño, me dijo que no tenía plata. Me insistió tanto que terminé diciéndole que sí”, relata Celeste esos días previos.
El día del ataque, Scigliano fue a la casa de Celeste con la excusa de terminar esos trabajos. Ella ya no quería saber nada. Le dijo que no, que estaba trabajando, que dejaran así lo del baño, hasta que apagó el teléfono. Horas más tarde la sorprendió el timbre de su departamento y, cuando abrió, Scigliano se le metió de prepo. “Abrí la puerta y me lo encontré ahí. No sé cómo entró desde la calle. Se metió en el baño y se puso a sacar unos cables. Yo no quería estar. Me fui a comprar un remedio. Volví y discutimos por la plata. No quería contradecirlo por miedo a que se enojara. Solo quería que se fuera”, recuerda.
Pero eso no sucedió. En vez de irse, Scigliano comenzó un ataque feroz. Cuando ella se acercó a la puerta del baño para ver lo que él estaba haciendo, sintió una descarga eléctrica y cayó al piso. El le saltó encima y le pegó con los puños en la cara. La arrastró, la quiso tirar por el balcón, Celeste lo resistió. La tiró en la cama y le pegó con un martillo en la cabeza varias veces. Después le apretó el cuello hasta que ella no resistió más: “Aguanté la respiración, fue instintivo, mareada como estaba pensé que si él pensaba que yo estaba muerta se iría. Y así fue”.
¿Qué sentís con esta condena?
Siento que por fin la Justicia no nos da la espalda. Este caso fue un antes y un después, porque estoy viva y pude contarlo. Dos amigas mías no tuvieron la misma suerte y sus asesinos aún están libres.
¿Cómo estuviste todo este tiempo?
Siento que estuve cambiando mucho. Que no me quedé en el lugar de la víctima, sino que me empoderé, que rodeada por el colectivo LGTBI, pude reponerme, denunciarlo, luchar para juntar pruebas, para que vaya a juicio. En un momento en el que podía sentirme muy frágil porque todavía no me siento bien de salud, sentí que por primera vez peleaba por mis derechos.
¿Antes sentías que no podías?
Me acostumbraba a las burlas, a que me trataran mal. Eso ahora no lo permito más. Si me faltan el respeto ya sé a dónde ir. Todo esto fue muy difícil, pero me cambió algo adentro que me hace sentir bien. Haber luchado para que pasen estas cosas me fortaleció.
En el momento en que Scigliano se fue por la puerta, Celeste tomó una bocanada de aire. Lastimada como estaba salió al pasillo y bajó las escaleras. Le tocó el timbre a una vecina. La puerta de la vecina se abrió y su cara de espanto la sacó del trance. “¿Qué te pasó? ¿Quién te hizo eso?”, escuchó Celeste. Entonces fue que se miró y se tocó la cabeza. Estaba empapada en sangre, le faltaba la ropa, que él le había arrancado.
“En ese momento tan terrible, mientras llegaba la Policía y la ambulancia, lo único que pensaba era en contarle a una amiga y a la madre de mi ahijada lo que había pasado. Que supieran que era él para que lo pudieran agarrar si a mi me pasaba algo. No quería que sucediera como pasó con mis amigas. Recién después de que se los conté estuve tranquila con eso”. Ahí la llevaron al hospital.
Por los golpes de la cabeza, tuvieron que intervenirla de urgencia. Uno de los médicos, le dijo que le iban a tener que cortar el pelo antes de ir al quirófano. “Le dije que por favor no me lo corte, él no entendía lo que significa para nosotras nuestro pelo. Me angustié mucho, hasta que apareció un enfermero, que también es del colectivo y me dijo de hacerme una trenza para que no me lo cortaran”.
La causa judicial comenzó torcida. Como Scigliano se había llevado dinero de la casa, se la instruyó como un robo, lo cual dejaba afuera de la investigación todas las pruebas del ataque. “Fue una amiga de ella que, como si fuera una perito, compró bolsas de plástico y guantes y juntó el martillo, la amoladora y todas las pruebas que había en el departamento para que no se contaminara nada. Y sacó fotos de toda la escena. Porque llegaron la mamá y la hermana de Celeste para acompañarla y tenían que ocupar el departamento”, explica la abogada de Celeste, Luciana Sánchez.
A partir de que ella tomó el caso, empezó a presentar todas estas pruebas más los acosos permanentes por WhatsApp. Había una seguidilla de videos íntimos de él, con mensajes a toda hora, que Celeste no respondía. “La Policía es la primera que define el hecho. Si no hay trabajo sobre ellos, la discriminación sigue igual. Las mencionan con sus nombres de varones, califican mal los hechos y dejan afuera muchas cosas. Al menos hubo un avance, ahora te ponen que es un robo. Antes, incluso las acusaban de robo a ellas. Terminaban lastimadas y encima acusadas”, explica Sánchez, que repasa varias de las dificultades que tuvieron al comienzo: “La Justicia no quería librar la orden de captura hasta que Celeste no declarara, pero ella estaba internada. Y Scigliano se escapó a Punta Indio. Además, en medio de eso, nadie encontraba la denuncia”.
El fiscal de juicio, Juan Manuel Fernández Buzzi, había pedido 20 años de cárcel para Scigliano. También había entendido que el delito había sido “homicidio en grado de tentativa, doblemente calificado” por haberse cometido con odio a la identidad de género y por que lo ejecutó un hombre contra una mujer provocando violencia de género. A eso se suma el robo agravado por el uso de un arma. Esa calificación contempla la ley 26743, respecto de la vivencia interna de la persona y género autopercibido. También, las convenciones internacionales de violencia de género como la de Belem do Pará, de 1994. “Celeste se siente mujer, es reconocida por el Estado como mujer, por su entorno y también por el propio imputado”, explicaba el fiscal en su pedido de pena y destacaba que el ataque se había producido en el marco de “una relación desigual de poder”.
“El odio contra la identidad de género resulta probada por distintas razones. Las expresiones que le dijo mientras la atacaba (NdeR: le gritó varias veces “morite, puto”) indica por un lado una aversión particular hacia su identidad de género trans. El uso de género masculino en ese momento no es algo menor cuando él siempre se dirigía a ella como mujer, denota una censura a su expresión de género, le niega la posibilidad de expresar lo que es. Haberle sacado la ropa interior también implica dejar al descubierto sus genitales en clara alusión a una censura a la imagen externa que ella quiere dar”. Con esos argumentos enhebró su alegato Fernández Buzzi.
“Estuvimos de acuerdo con todos esos planteos del fiscal pero además entendemos que durante los momentos en que Celeste está desvanecida y le sacó la ropa se produjo un abuso sexual simple y la Justicia tiene la obligación de investigarlo”, aclaró Luciana Sánchez. También destacó que, haber llegado a esta instancia “es producto del impacto que tuvo el fallo por el crimen de Diana Sacayán”.
En esa sentencia de 2018, el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N° 4 de CABA condenó al asesino, Gabriel Marino, a prisión perpetua por el homicidio de la activista trans. En el veredicto, consideró que se había tratado de un crimen de odio en el que se produjo violencia de género. Fue la primera vez que la Justicia utilizó el término “travesticidio” en una sentencia. Pero luego, en octubre del año pasado, la Cámara Nacional de Casación Penal. al ratificar la pena, decidió quitar el agravante de “odio a la identidad de género”. Por eso, la sentencia de hoy tiene una importancia enorme.
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