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viernes, 19 abril, 2024
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    Dictadura Militar: Aníbal Leiva: “No fue una detención, fui secuestrado porque yo nunca robé o maté”

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    Aníbal Leiva tenía 17 años cuando un grupo de militares ingresó a su escuela preguntando por él, lo llevaron preso y durante 6 meses sufrió torturas sistemáticas. ¿El motivo? Un año antes del comienzo de la dictadura militar había defendido a una mujer que sufrió abuso sexual y la marcha pidiendo justicia sentenció una frase que lo marcó para siempre.

    José Aníbal Leiva, nacido en la ciudad de Posadas y en el barrio llamada “Bajada Vieja” que lo vio crecer, era un joven que llevaba su vida rodeada de amigos, travesuras, familia y sus primeros amores. Iba al Colegio Nacional N° 2 Manuel Belgrano y desde los 14 años y con una profunda fe en la humanidad, se sumó a la Unión de Estudiantes Secundarios.

    En el año 1975, él y sus compañeros de militancia se enteraron que una estudiante secundaria fue abusada sexualmente. Los integrantes de la U.E.S. decidieron movilizarse y convocaron a las madres frente al Palacio Legislativo pidiendo justicia de la provincia de Misiones.

    Por orden del gobernador de ese entonces fueron reprimidos con mucha violencia y ante tal circunstancia Aníbal, eufórico y conmocionado por la situación, tomó un megáfono y pronunció unas desafiantes palabras, que marcarían su destino pocos meses después.

    “Este gobierno es tan represor como los parásitos enanos mentales de militares que gobernaron toda América Latina durante largos siglos”, dijo aquel Aníbal de 17 años. Esa frase fue grabada por los Servicios de Inteligencia y les sirvió a los militares como fundamento para iniciar el calvario y tormento que sufrió a partir de julio de 1976.

     

    “Por la defensa de esa chica yo dije una palabra que tal vez le ofendía. Era una humilde chica que estudiaba en la Normal de día y nosotros éramos del turno noche. Y por esa frase en julio de 1976 me fueron a buscar y me tuvieron preso durante seis meses. Recuerdo que estábamos todos en el colegio de golpe y pegan una patada a la puerta, y dicen “Queremos a José Aníbal Leiva vivo o muerto”. Yo me levanté y me asusté porque nunca pensé que me iba a pasar eso”, recordó Aníbal.

    Desde entonces estuvo detenido en distintos lugares, con los ojos vendados en todo momento y sufriendo torturas que hasta el día de hoy lleva consigo las secuelas. “A partir de ese momento comenzaba mi infierno. No podía creer cómo un adolescente casi niño estaba pasando por esa situación. Me colocaron una capucha y venda en los ojos durante 6 meses”, contó.

    Estuvo preso en la Gendarmería, la Policía Federal, la Prefectura, la Brigada de Investigaciones de la Policía, y hasta en el altillo del Partido Radical Intransigente, también fue torturado día y noche (calle La Rioja casi Félix de Azara).

    La fe y el encuentro con el Monseñor Kemerer, la fortaleza de Aníbal Leiva
    Fueron meses duros para Aníbal, pero la fe que tenía en su religión lo ayudó a mantenerse fuerte y soportar el dolor y la angustia que vivió durante su encierro. Hasta que vino para él “su santo”, el Monseñor Kemerer.

     

    “Le digo santo porque él siempre se ocupaba de nosotros. Él caminaba las calles del centro, siempre como una estampita, siempre tenía algo para brindarnos. Iba a vernos en los centros donde estabamos detanidos y nos hablaba y nos acompañaba durante todos esos meses”, dijo Aníbal.

    Seis meses después, el departamento de Informaciones de la Policía le informó que el Monseñor Kemerer pidió por mi libertad. Fue llevado al hospital para recibir curaciones de sus heridas y luego pudo regresar a su casa. “Después de esa libertad estuve tres días dando vueltas, no encontraba mi casa, me perdí totalmente, me largaron del Departamento de Información de la Policía y salí con lo puesto hasta que pude encontrar mi casa y volver con mi familia”, recordó.

    Aníbal Leiva tenía 17 años cuando un grupo de militares ingresó a su escuela preguntando por él, lo llevaron preso y durante 6 meses sufrió torturas sistemáticas. ¿El motivo? Un año antes del comienzo de la dictadura militar había defendido a una mujer que sufrió abuso sexual y la marcha pidiendo justicia sentenció una frase que lo marcó para siempre.

    José Aníbal Leiva, nacido en la ciudad de Posadas y en el barrio llamada “Bajada Vieja” que lo vio crecer, era un joven que llevaba su vida rodeada de amigos, travesuras, familia y sus primeros amores. Iba al Colegio Nacional N° 2 Manuel Belgrano y desde los 14 años y con una profunda fe en la humanidad, se sumó a la Unión de Estudiantes Secundarios.

    En el año 1975, él y sus compañeros de militancia se enteraron que una estudiante secundaria fue abusada sexualmente. Los integrantes de la U.E.S. decidieron movilizarse y convocaron a las madres frente al Palacio Legislativo pidiendo justicia de la provincia de Misiones.

    Por orden del gobernador de ese entonces fueron reprimidos con mucha violencia y ante tal circunstancia Aníbal, eufórico y conmocionado por la situación, tomó un megáfono y pronunció unas desafiantes palabras, que marcarían su destino pocos meses después.

    “Este gobierno es tan represor como los parásitos enanos mentales de militares que gobernaron toda América Latina durante largos siglos”, dijo aquel Aníbal de 17 años. Esa frase fue grabada por los Servicios de Inteligencia y les sirvió a los militares como fundamento para iniciar el calvario y tormento que sufrió a partir de julio de 1976.

     

    “Por la defensa de esa chica yo dije una palabra que tal vez le ofendía. Era una humilde chica que estudiaba en la Normal de día y nosotros éramos del turno noche. Y por esa frase en julio de 1976 me fueron a buscar y me tuvieron preso durante seis meses. Recuerdo que estábamos todos en el colegio de golpe y pegan una patada a la puerta, y dicen “Queremos a José Aníbal Leiva vivo o muerto”. Yo me levanté y me asusté porque nunca pensé que me iba a pasar eso”, recordó Aníbal.

    Desde entonces estuvo detenido en distintos lugares, con los ojos vendados en todo momento y sufriendo torturas que hasta el día de hoy lleva consigo las secuelas. “A partir de ese momento comenzaba mi infierno. No podía creer cómo un adolescente casi niño estaba pasando por esa situación. Me colocaron una capucha y venda en los ojos durante 6 meses”, contó.

    Estuvo preso en la Gendarmería, la Policía Federal, la Prefectura, la Brigada de Investigaciones de la Policía, y hasta en el altillo del Partido Radical Intransigente, también fue torturado día y noche (calle La Rioja casi Félix de Azara).

    La fe y el encuentro con el Monseñor Kemerer, la fortaleza de Aníbal Leiva
    Fueron meses duros para Aníbal, pero la fe que tenía en su religión lo ayudó a mantenerse fuerte y soportar el dolor y la angustia que vivió durante su encierro. Hasta que vino para él “su santo”, el Monseñor Kemerer.

     

    “Le digo santo porque él siempre se ocupaba de nosotros. Él caminaba las calles del centro, siempre como una estampita, siempre tenía algo para brindarnos. Iba a vernos en los centros donde estabamos detanidos y nos hablaba y nos acompañaba durante todos esos meses”, dijo Aníbal.

    Seis meses después, el departamento de Informaciones de la Policía le informó que el Monseñor Kemerer pidió por mi libertad. Fue llevado al hospital para recibir curaciones de sus heridas y luego pudo regresar a su casa. “Después de esa libertad estuve tres días dando vueltas, no encontraba mi casa, me perdí totalmente, me largaron del Departamento de Información de la Policía y salí con lo puesto hasta que pude encontrar mi casa y volver con mi familia”, recordó.

    No solo su libertad era difícil, sino también reiniciar su vida. Sus amigos y vecinos tenían miedo de juntarse con él. “Me convertí en un fantasma que vivía en solitario. Era como un muerto civil que lo había perdido todo. Así vivía y así transitaron las horas más oscuras de mi vida”, contó.

    Hasta que nuevamente apareció su santo, el Monseñor Kemerer quien lo ayudó a buscar actividades y pasatiempos para volver a empezar. Gracias a su apoyo, al de su familia y la fe, Aníbal Leiva reconstruyó su vida, pero sin olvidar la tortura por la que fue sometido.

    A pesar de todo pude seguir mi vida. Seguí trabajando en forma privada y cuando podía o puedo colaboro en los distintos gobiernos democráticos, siempre en las secretarías donde la prioridad es el más necesitado, todo lo que tenga que ver con la asistencia social que tanto defendí, defiendo y defenderé. Fui padre a pesar de que mis partes íntimas fueron quemadas por las picanas. Me dejaron un brazo casi invalido, pero igual conduzco mi automóvil. Me aferré a Dios y a la virgen María”.

    Pasar años y Aníbal se acerca cada cuatro meses a la Policía para pedir su Certificado de Antecedentes Penales, el que demuestra que nunca estuvo preso por cometer delito alguno. “No fue una detención, fui secuestrado porque yo nunca robé o maté”, sostiene y lo sostendrá siempre.

    Aníbal, quién 46 años después de esos seis meses de horror que vivió, hoy recuerda la tortura, pero también perdona, porque para él el perdón sana todas las heridas, pero nunca olvidará esa frase que dijo para defender a una mujer y las duras consecuencias que debió enfrentar.

     

     

     

     

     

    fuente: Misionesonline

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