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viernes, 19 abril, 2024
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    El esposo la declaró demente y la internó: ella se convirtió en un ícono de la emancipación de la mujer

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    El verano en la llanura de Illinois era cálido y ventoso, con el verde siempre en movimiento, como feliz por el sol, pero Elizabeth Packard no podía verlo: su esposo, el pastor calvinista Theophilus Packard, padre de sus seis hijos de entre 18 meses y 18 años, conocido y respetado en el condado de Kankakee, la había encerrado bajo llave en la habitación del bebé y había tapado las ventanas desde fuera, con tablas de madera. Apenas la línea de luz entre alguna de ellas le permitía espiar lo que sucedía en el exterior.

    Y lo que vio el 18 de junio de 1860, poco después de haberse levantado y a punto de higienizarse, le dio miedo.

    Su esposo, dos médicos miembros de su iglesia y un extraño, que resultó ser el sheriff de otro condado, se bajaban de un carruaje en el que no estaban dos de sus hijos, con los que el reverendo había salido más temprano, supuestamente a buscar algo en la tienda del pueblo.

    Ella estaba a medio desvestir: no quiso que la descubrieran así y trabó la puerta desde dentro, contó la escritora británica Kate Moore en The Woman They Could Not Silence: One Woman, Her Incredible Fight for Freedom, and the Men Who Tried to Make Her Disappear (La mujer que no pudieron silenciar: una mujer, su increíble lucha por la libertad y los hombres que intentaron hacerla desaparecer). Citó el relato que Packard haría años después, en su libro Marital Power Exemplified (Un ejemplo de poder marital):

    El libro de la británica Kate Moore, autora también de “Las chicas del radio”
    El libro de la británica Kate Moore, autora también de “Las chicas del radio”
    Procedí a vestirme con la mayor diligencia. Pero apenas había comenzado cuando mi marido ¡forzó su entrada a la habitación, con un hacha, por la ventana! Y yo, para protegerme contra la exposición en un estado casi de completa desnudez, me metí en la cama justo a tiempo para recibir a mis invitados inesperados.

    El esposo y los dos files de su congregación se acercaron a ella.

    Cada uno de los médicos midió mi pulso, y sin hacer siquiera una pregunta, ambos me pronunciaron demente. ¡Así que parece que en la estimación de estos dos doctores, Merrick y Newkirk, la locura se indica por la acción del pulso en lugar de la mente!

    Este fue el único examen médico que tuve. Este fue el único juicio de cualquier clase que se me permitió tener para comprobar el cargo de insania que mi esposo presentó en mi contra. No tuve oportunidad alguna de defenderme. Entonces mi esposo me informó que se habían cumplido todas “las formalidades de la ley” y por lo tanto me pidió que me vistiera para viajar a Jacksonville, donde ingresaría al Manicomio como interna.

    El reverendo Theophilus Packard quiso darle una lección a su esposa influida por las ideas de emancipación de la mujer (Kate Moore/Sourcebooks)
    El reverendo Theophilus Packard quiso darle una lección a su esposa influida por las ideas de emancipación de la mujer (Kate Moore/Sourcebooks)
    Como la afección de su mujer, que tanto preocupaba al reverendo Packard, era su increíble idea de que las mujeres tenían derechos, como por ejemplo a la opinión, era previsible que Elizabeth se retobara y le citara la provisión legal según la cual en Illinois ningún ciudadano podía ser encerrado en una institución psiquiátrica contra su voluntad. Por eso estaba preparado.

    La ley del estado, en efecto, requería eso, le explicó. Excepto en un caso: la mujer casada. Del mismo modo que al contraer matrimonio una mujer perdía acceso a sus bienes, perdía el control sobre sí misma. Bastaba que el esposo decidiera que ella estaba loca para que fuera legalmente encerrada en un asilo. Comprobó ella después:

    El Código de Illinois establece expresamente que un hombre puede internar a su esposa en un manicomio sin necesidad de presentar pruebas de demencia. Esta ley se encuentra ahora en la página 26, sección 10, del libro de leyes de Illinois, ¡bajo el título general de “obras de caridad”!

    Él tenía derecho: a calumniarla, a encerrarla en un asilo, a separarla de sus hijos. A todo: él era el sujeto de la pareja, ella no. Ella era una mujer.

    A continuación, Packard fue secuestrada bajo la mirada azorada de mucha gente del pueblo que se había reunido, en la estación de tren, para impedirlo. Pero el sheriff de Jacksonville les había dicho que tenía una orden judicial para hacerlo —era mentira: se la habían negado por falta de pruebas— y que quien interfiriera recibiría pena de cárcel. Packard pasó tres años internada en “el depósito de esposas insatisfactorias”, como descubrió que era en buena medida la institución psiquiátrica. Sólo salió cuando su hijo mayor, Tobby, cumplió 21 años y pudo reclamarla.

    De Elizabeth a Britney

    El libro sobre E.P.W. Packard —como firmaría sus escritos al salir de la internación, evitar una segunda trampa de su esposo y convertirse en una defensora de los derechos de la mujer casada— salió en un momento en que los Estados Unidos asistían a un caso que evocaba el de Elizabeth: el de la tutela de Britney Spears por su padre. The Woman They Could Not Silence se publicó a mediados de 2021, cuando la pelea legal de la cantante por terminar con el control de Jamie Spears se acercaba al final. Qye se conoció este viernes 12 de noviembre: la jueza Brenda Penny dio por terminada “la curaduría de la persona y el patrimonio” de la artista.

    Britney Spears pasó 13 años tutelada contra su voluntad por su padre luego de una crisis de salud mental muy publicitada —se rapó, atacó un automóvil estacionado con un paraguas—, luego de la cual se recuperó —sacó cuatro álbumes e hizo cuatro años de shows en Las Vegas, además de apariciones especiales en escenarios y televisión— sin que eso cambiara el control de Jamie Spears sobre sus finanzas y su vida.

    El libro sobre Packard salió en EEUU cuando se resolvía un caso que la evocaba: el de la tutela de Britney Spears por su padre
    El libro sobre Packard salió en EEUU cuando se resolvía un caso que la evocaba: el de la tutela de Britney Spears por su padre
    “En los Estados Unidos, acusar a una mujer de insania ha servido como herramienta de sometimiento”, recordó Discover al comparar el caso: “El sistema ha evolucionado pero algunos defensores ven la tutela de Britney como un recordatorio del modo en que el sistema legal y médico se usó durante mucho tiempo contra las mujeres. Uno de esos casos data de 1860 en Illinois”. Y a continuación se resumía el caso Packard.

    Elizabeth Kelley, abogada penal de Spokane, estado de Washington, y autora de Representing People with Mental Disabilities dijo a la publicación: “Las mujeres se veían afectadas de manera desproporcionada, porque para un esposo contrariado o para cualquier otro familiar varón era fácil institucionalizar a una mujer. La situación de Britney Spears puede recordarnos aquellos momentos tan infortunados”.

    Ya no existen los asilos como aquel en el que fue detenida Packard, recordó la revista: hace unos 60 años cerraron sus puertas, “cuando el país pasó del la institucionalización al cuidado comunitario”. Además, en la década de 1960 se dio una gran expansión de las medicaciones antipsicóticas, que permitieron a los pacientes vivir de manera independiente.

    Britney Spears sostuvo una lucha legal para terminar con 13 años de control de su padre (REUTERS/Mario Anzuoni)
    No obstante, acusar a una mujer de histérica, loca o hipersensible sigue siendo un clásico de la discriminación cotidiana, para silenciarla o desacreditarla. Cuando Rose McGowan denunció a Harvey Weinstein por violación, en lo que fue el inicio del movimiento #MeToo, lo primero que discutieron los abogados del ex productor fue cómo mostrarla “como una trastornada”. Cuando la demócrata Nancy Pelosi enfrentó al republicano Donald Trump, él tuiteó: “Le pasa algo en la azotea. ¡Es una persona muy enferma!”.

    La loca de los derechos de la mujer

    En el caso de Packard, su locura consistía en ser inteligente, educada e informada en años de profundos cambios sociales. Los Estados Unidos, divididos por la esclavitud, estaban a punto de sumergirse en la Guerra de Secesión y las sufragistas y otras activistas impulsoras de los derechos de la mujer, como Elizabeth Cady Stanton y Susan Anthony, abrían el camino a la reforma civil.

    “En 1848 la primera Convención de los Derechos de la Mujer, celebrada en Seneca Falls, estado de Nueva York, inauguró una conversación nacional”, escribió Moore en The Woman They Could Not Silence. “Una conversación en la cual participaron Elizabeth y, con menos ganas, Theophilus. ‘Las esposas no son meros objetos, son una parte de la sociedad’, comenzó a argumentar Elizabeth, pero la creencia de Theophilus, según ella, era que ‘una mujer no tiene derechos que un hombre esté obligado a respetar’”.

    Packard vivió en años de grandes transformaciones: desde la Guerra de Secesión hasta la lucha de las sufragistas (Kate Moore/Sourcebooks)
    Packard vivió en años de grandes transformaciones: desde la Guerra de Secesión hasta la lucha de las sufragistas (Kate Moore/Sourcebooks)
    Ella se veía “no como una bestia, creada sin razón”, sino como “un ser humano, dotado de razón para gobernarse a sí mismo”. Él le repetía la cita bíblica de Efesios, 5-22: “Estén sujetas las casadas a sus maridos como al Señor”.

    En un momento ella advirtió que esa sujeción era peligrosa: “Con igual justicia [Theophilus] podría requerirme que entregara a sus dictados mi capacidad de respirar, de estornudar o de toser”.

    Ese momento estuvo atravesado por la historia nacional. La iglesia presbiteriana que empleaba a Theophilus dependía de las donaciones de uno de los hombres más ricos del país, Cyrus McCormick, quien estaba convencido de que en caso de guerra civil el sur no podría ser derrotado. Lo mejor, creía, era evitarla, dejando las cosas como estaban. Como la doctrina calvinista vigente, la Nueva Escuela, hablaba de la abolición, por influencia de McCormick, se cambió. Los sermones volvieron a la Vieja Escuela e ignoraron la tragedia de la esclavitud.

    Theophilus obedeció; Elizabeth, sin abandonar el racismo dominante en su época, se resistió: no sólo la esclavitud estaba mal, sino que la doctrina nueva era mejor. Los Estados Unidos, además, garantizaban la libertad religiosa: siempre era posible sumarse a otra congregación con un ideario más afín. Lo dijo en privado y lo repitió en las clases de estudios bíblicos, delante de su esposo, de otro diácono y de 45 estudiantes como ella.

    Un pabellón de damas en el Hospital Estatal de Jacksonville, donde estuvo Packard (Kate Moore/Sourcebooks)
    —Dejarás de asistir a las clases —le ordenó él luego. Que su propia esposa iniciara una rebelión en su iglesia era el colmo—. Dirás que es tu decisión.

    —Pero querido, ¡no es mi decisión! Decir eso sería mentir.

    —¡Te voy a meter en el manicomio!

    “Al principio Elizabeth se rió de tan extravagante amenaza”, escribió Moore. “¿Acaso una mujer no puede tener sus propios pensamientos y expresarse en sus propias palabras, excepto que sus pensamientos y sus palabras armonicen con los de su esposo?”.

    Pero mientras ella se perdía en esas consideraciones, él escribía al asilo de Jacksonville para pedir una plaza porque tenía “penosas razones para temer” que su esposa “se estaba desequilibrando por el tema de los derechos de las mujeres”.

    Tres años de reclusión involuntaria

    En Jacksonville, Theophilus la dejó en manos de Andrew McFarland, director del asilo, y se retiró, para olvidarse del asunto: aunque le pidió fondos a su suegro para solventar la reclusión involuntaria de Elizabeth, nunca los envió y ella vivió tres años de los fondos para indigentes del estado de Illinois. El esposo volvió a la institución sólo cuando se reunía el consejo directivo, para renovar su pedido de internación.

    El psiquiatra Andrew McFarland en un registro de la Sociedad Histórica del Condado de Morgan (Kate Moore/Sourcebooks)
    Elizabeth ingresó con miedo al Pabellón Siete. “Para su sorpresa, sin embargo, los sonidos que llegaron a sus oídos fueron dulces: encontró una ola de compasión de ‘hermanas espirituales que compartían mi destino’”, la citó Moore. Siguió:

    Ellas le compartieron sus propias historias, y descubrió que muchas habían sido víctimas de maridos dominantes también. Algunas, como Elizabeth, no tenían “moretones, ni heridas, ni marcas de violencia que mostrar” (…) pero, sin embargo, se retorcían “en agonía por los agravios del espíritu“. Sabían, como Elizabeth, que a veces esos morados invisibles del control eran los más dolorosos.

    Conoció a una mujer, esposa de un millonario de la propiedad inmobiliaria, que la había encerrado por su interés en el espiritualismo, “la única secta religiosa en el mundo que ha reconocido la igualdad de la mujer”, según la activista Stanton; conoció a otra que era así castigada por seguir las enseñanzas del filósofo Emanuel Swedenborg. En muchos casos la causa del ingreso “no es la insania, sino la individualidad”, escribió. “Las han puesto aquí, como a mí, para librarse de ellas”.

    El maltrato de las internas era constante. Moore —autora también del best seller Las chicas del radio— resumió en Time varios capítulos del libro:

    El 10 Informe Bienal del asilo de Jacksonville lista como principal causa de internación de mujeres “Problemas domésticos”, seguida por “agitación religiosa”; otras tres fueron ingresadas por “lectura de novelas” (Kate Moore/Sourcebooks)
    El 10 Informe Bienal del asilo de Jacksonville lista como principal causa de internación de mujeres “Problemas domésticos”, seguida por “agitación religiosa”; otras tres fueron ingresadas por “lectura de novelas” (Kate Moore/Sourcebooks)
    Por fortuna, el cloroformo y el éter eran particularmente efectivos para las mujeres “tempestuosas”, y por lo tanto se usaba para calmarlas —en palabras de los médicos— “no sólo temporaria sino permanentemente”. Muchos directores de asilos pensaban que las ataduras, como los chalecos de fuerza, eran “rara vez necesarias entre hombres”, y sin embargo era habitual que se constriñera a las mujeres desobedientes.

    Y si las drogas y las camisas de fuerza no funcionaban, siempre estaba la cirugía. Notas médicas de aquel momento revelan que una mujer de 20 años que pasaba “mucho tiempo leyendo cosas serias” y una esposa de 30 años que se atrevió a expresar “gran desagrado por su esposo” estaban entre las sometidas al tratamiento flamante contra la locura femenina: la extirpación del clítoris.

    Castigada por McFarland, Elizabeth pasó un tiempo en el Pabellón Ocho, donde se recluía a las mujeres con conductas violentas y psicosis graves, y también en confinamiento solitario. Sólo la terquedad optimista de su carácter evitó que la institución la enloqueciera de verdad, y al cabo de dos años, el tiempo en el cual habitualmente se quebraba la personalidad de una ingresada, McFarland decidió devolverla al reverendo.

    Algunas de las formas de constreñir a las pacientes: camisas de fuerza, correas de cuero, cadenas de hierro (Kate Moore/Sourcebooks)
    Algunas de las formas de constreñir a las pacientes: camisas de fuerza, correas de cuero, cadenas de hierro (Kate Moore/Sourcebooks)
    Packard había pedido numerosas veces por su libertad, y había conseguido impresionar favorablemente al consejo directivo. Pero como McFarland repetía sus informes negativos, nunca había logrado que le dieran el alta. Cuando intervino su primer hijo, que acababa de obtener la mayoría de edad, el psiquiatra —cuyo nombre lleva un hospital en Springfield, Illinois— explicó a sus supervisores que era un caso incurable. Había que darle el alta porque nada se podía hacer por ella.

    Legalmente sana

    Packard se aterró cuando supo que no habían aceptado su solicitud de alta con autonomía, sino que McFarland la regresaba al control de su esposo. Al menos volvería a ver a sus hijos, pensó, equivocada: el reverendo la dejó en casa de una prima, Angelina, con quien Elizabeth había crecido. No le permitiría ver a los niños y se encargaría de que, si volvía a molestar, terminase encerrada en el Asilo de Northampton, en Massachussetts, donde le garantizaron que podría dejarla hasta el fin de sus días.

    Pronto Packard se hizo conocida en Granville, la localidad de Illinois donde vivían Angelina y su esposo, a unos 100 kilómetros de su casa. Hubo una reunión municipal para tratar el caso: esa mujer no estaba loca. Los vecinos votaron que la ayudarían a regresar junto a sus hijos y que la apoyarían si el esposo intentaba volver a internarla; de los USD 30 que juntaron para que pagara el pasaje de tren y cualquier gasto legal para su defensa, Elizabeth invirtió USD 10 en 1.000 ejemplares de su “Llamamiento en favor de los insanos”, uno de los textos que había escrito a escondidas en Jacksonville. Comenzó a venderlos a 10 centavos.

    Algunas de las publicaciones de Elizabeth Packard, que la convirtieron en pionera de los derechos de la mujer y de las personas acusadas de insania
    Algunas de las publicaciones de Elizabeth Packard, que la convirtieron en pionera de los derechos de la mujer y de las personas acusadas de insania
    El regreso fue muy difícil: los cuatro hijos que habían crecido con Theophilus (los dos mayores eran independientes) apenas la reconocieron. Creían, además, en la versión del padre. Elizabeth intentó retomar las labores de la casa, que pesaban sobre su hija de 14 años, pero él la volvió a encerrar en la misma habitación que antes, con la misma ventana tapada con tablas. Allí la dejaría hasta que la enviara a Northampton.

    El 12 de enero de 1864, cuando faltaban dos días para que Elizabeth comenzara la travesía hasta Massachussetts, Theophilus escuchó que alguien golpeaba a la puerta. Al abrir vio a un oficial de los tribunales, quien le extendía un documento: haciendo lugar a un habeas corpus, el juez Charles R. Starr le ordenaba que se presentara con su esposa, a quien se suponía ilegalmente detenida en su casa.

    Elizabeth había logrado enviar una carta, gracias a la intermediación de un vecino, a un matrimonio de amigos, pidiendo ayuda y explicando la situación.

    Theophilus tomó el certificado de insania firmado por McFarland y partió con su esposa a ver al juez. Sus abogados, Mason Loomis y Thomas Bonfield, lo encontraron frente al juzgado. Allí mismo ella conoció a los suyos, Steve Moore y James Orr.

    El juez Charles R. Starr, quien hizo lugar al pedido de hábeas corpus por Elizabeth (Kate Moore/Sourcebooks)
    El juez Charles R. Starr, quien hizo lugar al pedido de hábeas corpus por Elizabeth (Kate Moore/Sourcebooks)
    Loomis y Bonfield argumentaron que la esposa de su cliente estaba encerrada en una habitación del hogar común en atención a su salud: “Ha sido dada de alta del Manicomio del Estado de Illinois sin haber sido curada pues está incurablemente loca. Se le ha permitido toda la libertad compatible con su bienestar y su seguridad”.

    —¡Pruébelo! —ordenó el juez a Theophilus—. Se formará un jurado de 12 ciudadanos para comenzar el proceso mañana.

    A lo largo de una semana declararon los testigos: dos miembros de la congregación de Packard, su hermana y su cuñado, por la acusación, y dos vecinos que no pertenecían a la iglesia del pastor, uno de los cuales había sido testigo directo de las condiciones de encierro, por la defensa. Para el final Moore y Orr dejaron la pericia de Alexander A. Duncanson, médico y teólogo, quien examinó a Elizabeth durante tres horas:

    Hablamos sobre religión de manera exhaustiva —dijo el experto—. Ella se mostró perfectamente familiarizada con todos los temas que le presenté, y los discutió con una inteligencia que demostraba a la vez una buena educación y una mente fuerte y vigorosa. No estuve de acuerdo con ella en muchas cosas, pero no califico de locas a las personas porque estén en desacuerdo conmigo.

    Elizabeth Packard a finales de la década de 1860 (Kate Moore/Sourcebooks)
    Elizabeth Packard a finales de la década de 1860 (Kate Moore/Sourcebooks)
    Tras siete minutos de deliberación, el jurado declaró a E.P.W. Packard legalmente sana.

    Elizabeth, la activista

    Antes de que el juicio terminara, el reverendo organizó la mudanza de todo el contenido de la casa a Massachusetts. Apenas escuchó el veredicto, escribió una carta que le fue entregada a su esposa en el mismo tribunal, mientras el juez leía su sentencia. Le decía que se mudaba con sus hijos. Era, una vez más, su derecho.

    Elizabeth no le creyó; se presentó en su casa, golpeó la puerta y se encontró con un desconocido, el Sr. Wood, quien acababa de rentar la propiedad al pastor.

    “Quiero vivir con mis hijos amados, a los que he dado a luz y cuidado, criado y educado”, escribió luego sobre sus sentimientos. “En este ancho mundo ningún lugar es un hogar para mí sin ellos”.

    Tampoco podía hacer reclamo alguno sobre la casa, ni siquiera sobre sus baúles de ropa: “Tu esposo tiene derecho legal a toda la propiedad común”, le explicaron Moore y Orr. ¡Pero ella había elegido los muebles y los había pagado con el dinero de su padre! No importaba: al casarse había dejado de tener independencia legal.

    Luego de muchos años Packard logró comprar una casa con sus ingresos como escritora y reunió a sus seis hijos, ya grandes (Kate Moore/Sourcebooks)
    Luego de muchos años Packard logró comprar una casa con sus ingresos como escritora y reunió a sus seis hijos, ya grandes (Kate Moore/Sourcebooks)
    “Recurrí a las leyes en busca de protección como mujer casada y, ¡ay! descubrí que no había leyes a las que recurrir”, escribió. Así, a los 47 años, comenzó una nueva vida como activista, para crearlas.

    Si bien nunca proclamó que las mujeres debían tener los mismos derechos que los hombres, hizo una extensa campaña para promover reformas legislativas en varios estados que permitieran que las mujeres casadas tuvieran los mismos derechos que las solteras a la propiedad y a sus ingresos, y que pudieran acceder a la custodia de sus hijos. Luego de nueve años se benefició de las nuevas leyes en Illinois y recuperó a los tres hijos que seguían siendo menores, aunque ya adolescentes.

    En 1869 reunió a los seis en Chicago, donde había comprado una casa gracias a los libros que había publicado: Marital Power Exemplified, or Three Years Imprisonment for Religious Belief (Un ejemplo del poder marital, o Tres años encarcelada por la fe religiosa), Great Disclosure of Spiritual Wickedness in High Places (Gran revelación de la maldad espiritual en las altas esferas), The Mystic Key or the Asylum Secret Unlocked (La llave mística, o El secreto del asilo revelado) y The Prisoners’ Hidden Life, Or Insane Asylums Unveiled (La vida oculta de los prisioneros, o Los manicomios al descubierto).

    Su hija, Libby, quedó traumatizada por la historia de su madre: sufrió de anorexia nerviosa. Cuando Elizabeth murió, en 1897, Libby fue internada en una institución, donde murió a los 51 años. Si bien la Ley Packard, como se llamó la norma federal que Elizabeth impulsó, había mejorado las condiciones de las personas ingresadas (ya no se podía censurar su correspondencia; tenían derecho a discutir su internación y a denunciar abuso), ella nunca había tolerado la idea de que su hija pasara por nada parecido a lo que ella vivido.

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