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jueves, 28 marzo, 2024
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    El peronismo hoy celebra el Día de la Lealtad

    Estamos siendo testigos de una falta de representación para salir del pozo y para ello se necesita el compromiso de quiénes saben hacer política. La coyuntura indica que le haría muy bien a nuestro país que haya un nuevo 17 de octubre.

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    La Argentina tuvo un antes y un después con la extensa jornada del miércoles 17 de octubre de 1945. Esa misma madrugada Perón fue liberado de la prisión de la Isla Martín García, donde había permanecido detenido cuatro días.

    Fueron momentos decisivos, pues en dos cartas que le escribió a Eva Duarte, le prometió con absoluta certeza casamiento que se formalizó el 22 de octubre de ese mismo año, gracias a la intervención del escribano Hernán Antonio Ordiales –hombre de absoluta confianza de Perón– que no sólo se ocupó de todos los preparativos, sino que además fue el oficial público que los casó en la histórica y legendaria “Casa Ordiales”, ubicada en la calle Arias 151 de la ciudad de Junín.

    La popularidad y protagonismo del Coronel habían llegado muy lejos y desde hacía tiempo sus enemigos, aquellos que siempre tuvo desde que inició su actuación pública el 4 de junio de 1943, no podían permitir que siguiera en ascenso para alcanzar el poder.

    Los políticos tradicionales no habían logrado hacer pie con la realidad, pues el estrepitoso fin de la “Década Infame” les puso un freno a sus frustradas y antojadizas ambiciones. Perón con una genialidad única, supo traducir, interpretar y percibir lo que la Argentina estaba necesitando. Había llegado la hora del pueblo, que fue postergado y sometido a grandes injusticias sociales desde la derrota de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros.

    En abril de 1945, Spruille Braden fue designado embajador de los Estados Unidos en nuestro país. En forma imprudente se involucró en la política interna y se enfrentó directamente a Perón. Quedó más que claro que la campaña sistemática desarrollada por el diplomático, estuvo destinada a demonizar al Coronel, contando con el apoyo de la oligarquía vernácula y de los grupos de poder. Su misión diplomática concluyó en septiembre de ese mismo año.

    No hay dudas que la detención de Perón se debió en buena medida al influjo de Braden y sus aliados, como ser el general Eduardo Ávalos, el almirante Héctor Vernengo Lima, el Procurador General de la Nación Juan Álvarez, el dirigente radical Amadeo Sabattini, el empresario Raúl Lamuraglia, entre otros.

    Ni lerdo ni perezoso, desde su nuevo cargo como secretario adjunto del Departamento de Estado en Washington, continuó su tarea de cargarse a Perón, al promover la publicación del Libro Azul (Blue Book on Argentina) difundido por la agencia United Press el martes 12 de febrero de 1946, precisamente el día que fue proclamada la fórmula Perón-Quijano en el obelisco porteño.

    La masiva movilización popular del 17 de octubre de 1945 fue de todos los estratos sociales: abogados, médicos, profesionales, periodistas, miembros del ejército, empresarios, etc. aunque fundamentalmente de trabajadores y del movimiento obrero organizado, con una importante presencia de mujeres y familias enteras que pidieron durante el día y hasta la noche, la presencia de Perón en el balcón.

    Cerca de la medianoche junto al general Farrell, pronunció un discurso donde entre otros conceptos expresó: “Doy también el primer abrazo a esta masa inmensa, que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, al que hemos de reivindicar (…). Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda someter a esta masa grandiosa en sentimiento y en número. Esta es la verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha a pie durante horas para llegar a pedir a sus funcionarios que cumplan con el deber de respetar sus auténticos derechos (…) Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo por el que yo sacrificaba mis horas de día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien no lo traiciona (…). Desde esta hora, que será histórica para la República, que sea el coronel Perón el vínculo de unión que haga indestructible la hermandad entre el pueblo, el ejército y la policía. Que sea esta unión eterna e infinita, para que este pueblo crezca en esa unidad espiritual de las verdaderas y auténticas fuerzas de la nacionalidad y del orden, que esa unidad sea indestructible e infinita para que nuestro pueblo no solamente posea la felicidad, sino también para defenderla dignamente. Esa unidad la sentimos los verdaderos patriotas, porque amar a la patria no es amar sus campos y sus casas, sino amar a nuestros hermanos. Esa unidad, base de toda felicidad futura, ha de fundarse en un estrato formidable de este pueblo, que al mostrarse hoy en esta plaza, está indicando al mundo su grandeza espiritual y material (…) Confiemos en que los días que vengan sean de paz y de construcción para el país. Mantengan la tranquilidad con que siempre han esperado aún las mejoras que nunca llegaban. Tengamos fe en el porvenir y en que las nuevas autoridades han de encaminar la nave del Estado hacia los destinos que aspiramos todos nosotros, simples ciudadanos a su servicio (…). Y por esta única vez, ya que nunca lo pude decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que realicen el día deparo festejando la gloria de esta reunión de hombres de bien y de trabajo, que son la esperanza más pura y más cara de la patria.”.

    Los umbrales de esa épica jornada fueron la respuesta a las políticas revolucionarias que Perón venía realizando en la Secretaría de Trabajo y Previsión, desde que asumió el 13 de septiembre de 1943 como presidente del Departamento Nacional de Trabajo devenido luego en Secretaría de Estado el 27 de noviembre del mismo año, esto es, durante la puesta en escena del protoperonismo donde logró forjar un tejido socio–político en todo el país.

    Pudo alcanzar todas las conquistas sociales que se propuso, promoviendo desde el 4 de junio de 1946 –cuando asumió la presidencia de la Nación con sus planes quinquenales–, la Revolución Justicialista forjada en la comunidad organizada sustentada en la justicia social. En ese momento y desde entonces el pueblo jugó un rol decisivo con su apoyo popular y la esperanza depositada en su líder, que perdura inalterable hasta nuestros días.

    Habiendo pasado setenta y seis años de esa icónica movilización, las circunstancias son muy disímiles. Hoy estamos atravesando una inexorable situación política y económica, que se remonta a la desastrosa Dictadura Militar y a la destructiva política económica de Martínez de Hoz, seguidas de los sucesivos fracasos de los gobiernos democráticos desde 1983 hasta nuestros días quiénes endeudaron a la Argentina por generaciones, donde gran parte de la población ha perdido el trabajo digno, único ordenador de la comunidad.

    Lo acaba de mencionar en un reciente mensaje el papa Francisco: “El objetivo es brindar fuentes de trabajo que permitan a todos construir el futuro con el esfuerzo y el ingenio”. Perón ya lo decía hace décadas: “Como puede ser que un país donde esta todo por hacerse, haya gente que no pueda trabajar” (…) “Gobernar es crear trabajo. Hay que poner todo en movimiento, romper la inercia. Cuando hay plena ocupación el salario no hay que impulsarlo, sube solo, multiplica el poder adquisitivo y el consumo sube y tonifica el comercio. A su vez le demanda a la industria la transformación necesaria, la producción requiere abastecerla y así el ciclo de la producción, la trasformación, la distribución y el consumo quedan en proceso de progreso, de aumento y deben mantenerse bien nivelados y armónicamente promovidos. Esto permite pasar de una economía de miseria a una economía de abundancia. El desarrollo es como el apetito que viene comiendo; hay que empezar a hacer”.

    A la falta de trabajo se le suma la pobreza que se multiplicó por 23 en menos de 50 años, el 70% de los menores de 14 años son pobres. Es más, tenemos 19 millones de pobres, o sea casi la mitad de los argentinos. Si a ello le añadimos una devaluación sistemática de nuestra moneda, acompañada de una inusitada inflación que crea más pobreza, distorsionando los mercados y generando un fuerte entorpecimiento en la producción nacional.

    Frente a la catastrófica situación que vive el pueblo fiel, están por un lado los que gobiernan y por el otro los miembros de la oposición, que deben dar respuestas acordes con la responsabilidad que les compete. “El Estagirita” definió que la política es el arte de lo posible. Para realizar todo arte se necesita un artista, en el caso del político necesariamente con vocación de servicio, que sepa interpretar los mensajes del pueblo que lo elige y gobernar con el fin de lograr el bien común.

    La vigencia de Perón

    Si observamos quiénes ejercen el rol de políticos, podemos decir que muchos de ellos no tienen la impronta, el estaño –como decía Jauretche–, el oficio ni el arte para hacer política. Estamos siendo testigos de una falta de representación para salir del pozo y para ello se necesita el compromiso de quiénes saben hacer política. La dirigencia esta en declive, las instituciones en crisis, la decadencia moral ha calado muy hondo y los valores fundantes están siendo desterrados por leyes progresistas ajenas a nuestra idiosincrasia. Más aún, el pueblo está desilusionado, a la deriva y sin referentes en quién confiar. De esta manera, como si esto fuera poco, se instaló entre nosotros una nueva oligarquía, en sintonía con el nuevo orden mundial que desde hace décadas nos viene imponiendo la agenda conforme a su plan imperialista.

    La coyuntura indica que le haría muy bien a nuestro país que haya un nuevo 17 de octubre. Hemos visto que quienes sucedieron a Perón, no estuvieron a la altura de las circunstancias ni le llegaron a la suela de sus zapatos, tanto en lo doctrinario como en su magnitud de estadista.

    El valor de la renuncia en la Argentina de Perón

    Esperemos que en algún momento –no muy lejano– aparezca un político que conozca la Argentina y a los argentinos, que sepa comprender e interpretar –cómo lo hizo Perón– las necesidades del pueblo y que además se valga de una cuota de prudencia, realismo y pragmatismo, para la instauración de un proyecto nacional que recupere de una buena vez los valores patrióticos.

    * Ignacio Cloppet. Miembro de la Academia Argentina de la Historia.

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