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sábado, 20 abril, 2024
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    “El sesgo de género impacta en el hábitat muy negativamente”

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    Hoy compartimos con Moira Goldenhörn (actualmente asesora en el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat de la Nación) la mirada sobre hábitat, tierra y vivienda con ojos feministas.

    Hace unos días se presentó el programa “Habitar el Igualdad” en el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat, ¿Qué podés decirnos al respecto?
    -Bueno, ante todo, que es una excelente noticia que empecemos a ver demostraciones claras de transversalización de la perspectiva de género en las políticas públicas. Este programa, interministerial, es un ejemplo muy contundente de algo que hemos venido peleando las feministas en la gestión de hábitat desde hace décadas y ahora al fin parece poder ver la luz.

    ¿Qué tiene de particular la perspectiva de género en la temática?
    -Todo, yo creo que todo es muy específico y particular en este campo. Vengo sosteniendo hace años que la posibilidad de las mujeres y feminidades de acceder a la propiedad privada sobre la vivienda familiar debería ser un hecho fundante de la revolución feminista, sobre todo en mirada interseccional. Porque las mujeres y feminidades estamos particularmente expuestas a la violencia machista en el ámbito hogareño, al depender de un hombre que nos provee el techo, y esto se complica más aún cuando somos madres o travestis/trans. Suelo decir que “el cuarto propio” del que hablaba Virginia Woolf sólo tiene sentido “en la casa propia”, y que esa casa debe situarse en una ciudad pensada de manera multi-escalar e integradora del espacio público y privado, saliendo de un único eje “productivo” para pensar las formas del habitar. Eso es un sesgo de género, que impacta en el hábitat muy negativamente.

    Muchos conceptos juntos ¿Cómo podemos explicarlo?
    -Sí, hay muchos conceptos acá. Partimos de una base histórico-jurídica que fue moldeando las formas de socialización, sobre todo en el esquema capitalista: las mujeres fuimos privadas, por siglos, de tener derecho a la propiedad privada y a su administración. Entonces, las mujeres –equiparadas a les niñes- pasamos a ser objetos para la satisfacción de y obediencia al hombre dueño de nuestro hábitat, de quien dependíamos en todo. Esa dependencia, ese derecho del hombre (o del Estado, incluso) sobre nuestra persona no-hombre, sobre nuestros cuerpos femeninos o feminizados, es lo que posibilita el ejercicio de violencias basadas en el género, justamente, para mantener el control. Y esto se ha vuelto costumbre social, quedó en el inconsciente colectivo y moldea las conductas sociales actuales también, aunque exista legislación en contra de ellas (pero sin sanciones). A las mujeres se nos va la vida persiguiendo el “sueño -eterno- de la casa propia”, literalmente, nos matan por no lograr la autonomía económica y seguir aguantando bajo un techo violento.

    ¿Y lo demás?
    -Bueno, eso en escala hogareña, o en el ámbito privado. Luego pensemos en qué barrio tenemos, el diseño (en los casos que existe) de las ciudades, la integración de las actividades habituales o no en el hábitat… Por ejemplo, ¿por qué los barrios “residenciales” no tienen comercios, escuela, salita médica? ¿Alguien piensa en las mujeres que pasan horas viajando para hacer mandados, llevar y traer niñes a la institución educativa, al médico, dentista…? Las ciudades están pensadas para un “sujeto neutro” que se parece bastante a un hombre blanco, propietario y no corresponsable en las tareas de cuidado, cuyo único centro de vida es el trabajo remunerado. Y, a lo sumo, un tipo de ocio que favorece ese esquema productivo y centrado en los hombres.

    ¿Y cómo venimos de casas de mujeres?
    -Mal, realmente. Primero porque no hay datos claros sobre la propiedad en cabeza de mujeres sean titulares exclusivas o cotitulares de las viviendas. Segundo, porque sabemos que los hombres son quienes son mayoritariamente dueños, y de los bienes más caros, así como de las mayores fortunas. Tercero, porque en la región, salvo en el caso de Uruguay, las mujeres no llegamos a un 30% de titularidad o cotitularidad (sumadas). Entonces, es un desafío muy grande poder poner números concretos y además qué hay detrás de cada uno de ellos: de las dueñas y las no-dueñas. En el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat se está gestando un observatorio permanente de la temática, y creo que podemos apoyar ese observatorio desde la escala local, comunal, municipal.

    ¿De qué manera? ¿Con los gobiernos locales?
    -Bueno, eso sería ideal, claramente, pero yo pienso más en la organización popular y en el ejercicio ciudadano para la defensa y promoción de los DDHH. Pienso que en PBA tenemos las mesas locales de hábitat que no se están implementando y podrían apoyar mucho al Observatorio. Pienso en la necesidad de traer el tema a las organizaciones de defensa de los derechos de las mujeres, que, si bien está claro es un enorme problema el de la vivienda en situaciones de violencia –sobre todo la extrema-, no parecen tener muy en claro qué medidas positivas se podrían tomar, a la par que en muchos casos los gobiernos locales no tienen muy en claro ni los números concretos siquiera. Por eso, creo que la ciudadanía tiene que ocupar un lugar activo y no sólo exigir desde el desconocimiento sino formarse y tomar cartas en el asunto. Hace décadas que la legislación promueve la participación ciudadana, es hora de hacernos cargo. Por ejemplo, en Azul estamos lanzando desde la ciudadanía misma un relevamiento sobre la situación habitacional, tanto de personas propietarias, como inquilinas o poseedoras. Esperamos poder contribuir a tener un cuadro de situación más claro.

    ¿Y la política dónde queda en este esquema?
    -Es que es justamente un ejercicio político democrático, ciudadano, que excede lo partidario. Permitirnos participar más activamente en cuestiones concretas que habilitan el diálogo intersectorial e interpartidario también, en lugar de adoptar la queja individual, los comentarios en redes sociales o a lo sumo la organización de marchas; que, ojo, es necesaria muchas veces, pero por sí solas, en escala local, las marchas no tienen gran efecto en cuanto hecho social transformador (ni hablar si tenemos en cuenta la tergiversación que se ha hecho durante la pandemia de las marchas anti-cuidado y anti-derecho a la vida y la salud). Digo esto, sobre todo, porque existen mecanismos de participación ciudadana que no suelen ser tenidos en cuenta en las ciudades y pueblos. Digo que, independientemente del gobierno de turno, la ciudadanía debe formarse y organizarse, hoy tenemos democracias participativas, debemos ejercerlas activamente y de manera responsable: por ejemplo, hacer una marcha por la libertad a contagiar no es responsable, presentar un proyecto de ordenanza regulando equis actividad económica que se puede ver muy afectada, sí lo es.

    Para cerrar la idea ¿vos ves alguna relación entre hábitat y participación política?
    -Por supuesto. Nuestras relaciones sociales están no sé si determinadas, pero sí moldeadas por la distribución y habilitación del uso de ciertos espacios. Podemos volver a tener espacios de construcción activa de la ciudadanía, de prácticas ciudadanas nutritivas, como en su momento fueron pensados los clubes de barrio, o fueron de hecho durante las crisis los comedores y merenderos, ahora con el resurgimiento del Programa CIC… El hábitat puede promover buenas prácticas sociales, así como generar otras nocivas.

    ¿Y prácticas personales?
    -Yo creo que también, que puede influir en el ser humano en todas sus dimensiones y a toda escala. Fijate cuando empezó a haber gimnasios al aire libre gratuitos, cerca de juegos de niñes de toda edad… Son cambios buenos, hay que cuidarlos y democratizarlos; pensar en centros culturales barriales, salas de ensayo, talleres de arte, cocinas o talleres productivos comunitarios para emprendedoras y emprendedores, en huertas y en composteras comunitarias, y en mercados barriales como hasta mediados del Siglo XX hubo… ¡no es una novedad hablar de abastos barriales y de agroecología! Hemos naturalizado y normalizado la artificialidad, la química y el descarte como modo de producción y consumo y me da mucha tristeza. Estoy convencida que podemos permitirnos pensar en un hábitat que escape de eso; que nos permita escapar, mejor dicho, de la lógica capitalista extractivista de nuestra energía vital y redirigirla a hacernos bien en lo personal y comunitario. Hace siglos que pensamos en la vivienda y el barrio como “espacio de reparación de la fuerza de trabajo”, podríamos ya irlos pensando en clave de buen vivir: como un espacio tanto donde trabajar armónicamente como donde realizarnos en cuanto seres humanos a través del ocio creador; tanto en dimensión individual, familiar como comunitaria.

     

    Fuente : Diario femenino

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