Hay un mantra que se repite hace algunos meses para referirse a todo tipo de problemática, desde social o política hasta conyugal: la pandemia no la generó, pero la acentuó y la visibilizó. Eso le calza perfectamente a la organización social del cuidado, que describe nada menos que cómo una sociedad tramita el cuidado de personas que necesitan de otras para subsistir: niños y niñas, adultos mayores con esa necesidad o personas con alguna discapacidad que las haga requerir un acompañamiento cotidiano. Eleonor Faur es Doctora en Ciencias Sociales, consultora de distintas agencias de organismos internacionales y ha sido responsable de la oficina argentina del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNPFA). Es, además, una de las pioneras en la investigación académica de las problemáticas vinculadas al cuidado de las personas, al rol de las mujeres como sus agentes habituales -sea o no de manera remunerada- y a la relación entre evidencia científica y el diseño de políticas públicas para mejorar la distribución de responsabilidades. Escribió Masculinidades y desarrollo social. Las relaciones de género desde las perspectivas de los hombres (2004) y Las lógicas del cuidado infantil. Entre las familias, el Estado y el mercado (con Valeria Esquivel y Elizabeth Jelin, 2012), entre otros libros, y numerosos artículos que diseccionan cómo las mujeres y los varones usan su tiempo y cómo se asignan responsabilidades a la hora de ocuparse de los otros, un tema que en la pandemia quedó cristalizado frente al cierre de las escuelas y de otros servicios públicos y a la superposición de las tareas domésticas, laborales y de cuidado en el mismo tiempo y espacio.
-¿Por qué los cuidados deberían ser una prioridad en la agenda pública?
Toda la vida fue central el cuidado en el bienestar de las personas pero la política pública omitió ocuparse de eso. Y con esa inacción se delegaba a las familias. Se suponía que era una actividad del mundo privado, que cada hogar se arreglaba como podía con los recursos que tenía, y que seguramente lo iba a hacer correctamente si había una mujer a cargo. Hubo una enorme invisibilidad de una actividad que es absolutamente central para el bienestar. Se pensaba que las políticas públicas se dedicaban a generar empleo de calidad, asignar o a ofrecer servicios por la vía de los derechos o por la vía mercantil, pero que el cuidado no era un tema de agenda. Cada vez más quedó claro que el cuidado es un tema no sólo de agenda, sino prioritario. Y sobre todo esto fue pasando con la salida masiva de las mujeres al mercado de trabajo, cuando se vio que ese sujeto que se presuponía encargado de los cuidados no estaba todo el día en el hogar como el modelo ideal típico de antaño. Ahora hay un impulso por ponerlo en la agenda en Argentina.
En otros países, como en Uruguay, se creó un sistema integrado de cuidados en 2015 mediante una ley, pero con el gobierno neoliberal quedó totalmente desfinanciado. En América Latina está habiendo algunos impulsos, pero hay muchos tambaleos y vaivenes.
-Pareciera haber dos discursos alrededor del cuidado: uno más productivista, que hace hincapié en que si las mujeres cuidan se retiran del mercado laboral y eso es un retroceso para el desarrollo, y una lectura más “anticapitalista”, que implica rediscutir elementos sistémicos teniendo en cuenta que existen las tareas de cuidado…
Para empezar, el cuidado es un tema de bienestar y de derechos humanos. Después hay lecturas desde la economía que tienen una de estas versiones. Uno puede tener una agenda de cuidados híper capitalista o una agenda de cuidados que en realidad advierta sobre esta economía híper capitalista que destroza el planeta y sigue promoviendo la acumulación de bienes y servicios para sostener un mercado de trabajo con determinadas características, que además está lleno de empleo precario, flexible, informal. Hay que repensar todo el sistema económico y la organización social del trabajo, porque los tiempos de trabajo remunerado se han diseñado presuponiendo que las personas no teníamos responsabilidades de cuidado o que las personas a quienes se les asignaba esta responsabilidad no iban a participar del mercado laboral.
Las mujeres ingresamos masivamente al mercado de trabajo e ingresamos en un mundo con códigos que estaban masculinizados. Yo soy más partidaria de bajarle un poco el tono al capitalismo, porque la verdad es que ya sabemos que, como dicen Maristella Svampa y Enrique Viale, el colapso ecológico ya llegó.
Promover una mejor disposición humana a los cuidados es también promover una disposición a los cuidados del planeta. Es generar una red de sostenimiento en la vida que realmente implique una nueva ética y una filosofía de vinculación social. No creo que todo el cuidado se tiene que remunerar porque no quiero, justamente, que se mercantilice tanto, incluso dentro de la familia, de los hogares, o de los vínculos estrechos. Yo lo que quiero es una sociedad más cuidadora. No que estemos contando cada abrazo, cada sopita que le das a tu hijo. Está bien que las personas adultas tengamos responsabilidad sobre los críos. ¿Qué tiene de malo eso? El problema es la distribución de responsabilidades, cuánto va a ir a la familia y cuánto a otras instituciones; cuánto se responsabiliza por acción o por omisión a las mujeres y cuánto se tiene que redistribuir entre géneros. El problema es la injusta distribución, no negar el amor. En un mundo que descuida tanto, el cuidado es revolucionario. Hay que salir de la lógica hipermercantilizada para pensar las relaciones de cuidado.
“El problema es la injusta distribución, no negar el amor. Hay que salir de la lógica hipermercantilizada para pensar las relaciones de cuidado”.
-¿Te parece que en el diseño de políticas de cuidado han reforzado la idea típica de las mujeres cuidadoras?
Los cuidados no son solamente aquellos que se destinan a niños y niñas. Tomando la parte del cuidado infantil, creo que sí, que históricamente ha habido una predominancia en las políticas públicas, en las agencias internacionales, de pensar cuál era la mejor manera para que les niñes estén bien. Y para que les niñes estén bien se instrumentalizaba la actividad femenina: que las madres supieran de nutrición, que estuvieran mucho con ellos, etcétera. Ahí parecía que las mujeres eran un instrumento del bienestar infantil. El feminismo siempre puso en tensión esa lógica diciendo que también las mujeres somos sujetos, tenemos derechos, tenemos necesidades, tenemos deseos. No somos solamente instrumentos del bienestar ajeno, ni siquiera de nuestros hijes, incluso aunque los amemos muchísimo. Ahí hubo como una puesta en tensión. Lo que hay a veces es una romantización de la disposición femenina frente al cuidado. Y también hay ramas del feminismo que se vuelven un poco esencialistas y que entonces vanaglorian esa disposición femenina, como si las mujeres fuéramos sujetos moralmente más elevados que los varones, cosa que no es cierto. Todas y todos tenemos la potencialidad y la capacidad de cuidar. Lo que nos pasa a las mujeres es que históricamente hemos aprendido más a hacerlo. El cuidado es una construcción, uno aprende haciéndolo.
–Así como existe la romantización de la mujer como cuidadora o como esencialmente más propensa a mirar a los otros, ¿no existe también la romantización de la mujer trabajadora?
Claro, la super mujer, que no necesita de nadie, la que no está dispuesta a renunciar a ninguno de sus deseos y cuyo deseo no está nunca vinculado al bienestar de otres, como si realmente hubiera sujetos del todo autónomos. Yo creo que no hay nadie que sea totalmente autónomo ni nadie que sea totalmente dependiente. Lo que tenemos entre las personas es una red de interdependencia. Necesitamos de esa red. Y es verdad que aunque los cuidados se necesitan con mayor intensidad en algunas etapas de la vida, en la vida adulta, supuestamente autónoma, cuando no estamos enfermas, cuando no tenemos una discapacidad, igual necesitamos cuidados. La romantización del horizonte de una mujer sin apego, sin necesidades de cuidados, con todo el foco puesto en su desarrollo laboral, además, es una idea muy de clase media. Fuera de la clase media ilustrada no quiere decir nada.
-Se está usando el término crisis del cuidado para referirse a esta problemática. ¿En qué consiste esta crisis?
Los hogares ya no pueden atender todas las necesidades y requerimientos de los cuidados de sus miembros porque las personas adultas suelen estar insertas en el mercado laboral. Hay muchos hogares que además son monoparentales, la mujer trabaja de manera remunerada un montón de horas. Entonces, hay una brecha. ¿Quién se ocupa de esos cuidados cuando los hogares no los pueden proveer con la intensidad y con la calidad que las políticas presuponen que deberían hacerlo? Ahí es cuando empieza la cuestión de la crisis. Los países del Norte o países industrializados empiezan a importar cuidado. Es una es una suerte de extracción de capital de empleadas, niñeras o enfermeras del Sur que se trasladan hacia el Norte para cuidar. Con la pandemia claramente esta crisis se potenció, porque el cuidado, el trabajo, la escuela, todo se superpuso en el ámbito del hogar, nuevamente, sobre todo para los sectores medios, pero no solo, y claramente se volvió muchísimo más difícil conciliar o lograr producir todo dentro de un mismo ámbito. Eso tuvo un impacto muy fuerte, sobre todo para la vida de las mujeres.
-¿Qué sucedió con los cuidados en pandemia en los sectores populares?
Empezaron a jugar otras dimensiones. No suelen ser hogares donde haya llegado el teletrabajo, porque además son hogares con muchísima menos conectividad. El trabajo no es en servicios que se puedan hacer de manera remota, sino trabajo donde ponés el cuerpo -obrero de la construcción, empleadas domésticas, vendedoras informales-. Con el cierre de las escuelas y el traslado de la educación a los hogares de modo virtual muchas veces pasó que, además, las mujeres tenían que compartir una tarjeta de celular para la comunicación de las personas adultas y para la escuela de les niñes. Los ingresos son tan magros que no lográs ni siquiera tener los datos suficientes para que los chicos puedan seguir estudiando. En los sectores populares lo que hubo, además, es una fortísima intensidad de los cuidados comunitarios.
Los comedores que atendían habitualmente 100 personas por día empezaban a atender a 350 personas por día. Si bien recibieron un poquito de mercadería por parte de los gobiernos, no fue suficiente para atender a 350 personas. Hubo un trabajo comunitario muy intensificado, tanto en los comedores como en los jardines comunitarios, los espacios infantiles que hay en los barrios.
Se conjugaba la crisis económica, la crisis del empleo y la crisis de los cuidados. Las que llevan adelante los comedores, los jardines, las que alimentan a las 350 personas por día, siempre fueron las mujeres. Sin ningún tipo de remuneración o con algún incentivo que a veces no supera los 5.000 pesos. Volvemos a la idea de la abnegación de la femenina frente a los cuidados, sea dentro del hogar o sea fuera del hogar en la comunidad.
-¿Te parece que la discusión sobre presencialidad en las escuelas estuvo demasiado escindida de la discusión alrededor de la brecha de género en el cuidado de los niños?
Yo creo que sí, que no se la tomó mucho en cuenta cuando se hablaba de la presencialidad. Sabemos que estamos en una especie de callejón complejo. O sea, no hay respuestas fáciles acá. Ni para el sistema educativo, ni para los hogares. Pero hay que complejizar la discusión y poner en juego todas las variables que hacen parte de esta situación. Dentro de la presencialidad o no presencialidad, uno de los componentes a tener en cuenta tiene que ver también con la cuestión de género. Otro, por supuesto, con la socialización infantil o con el aumento de la brecha educativa. Son muchos los componentes, pero yo creo que la agenda de género entró poco a jugar en esa discusión.
-¿La pandemia fue un retroceso en la feminización de las tareas de cuidado?
Hubo una intensificación de las tareas de cuidado y eso cayó, sobre todo, en las mujeres. Pero también creo que en algunos hogares los varones empezaron a tener más pulso de la importancia de las tareas de cuidado. Y a nivel societal despertó más la agenda de cuidados. Entonces un poco se perdió, un poco se ganó. Vamos a ver qué nos queda en el balance. Y eso se va a poder evaluar con el tiempo. No creo que sea solo un retroceso, sí la intensificación de horas, sin duda, pero también potenció la agenda, entonces hay que ver en el futuro.
-¿Son sólo las políticas públicas las que pueden desmaternalizar las tareas de cuidado de niños y niñas?
Las políticas públicas tienen un rol fundamental, pero obviamente también hay un trabajo cultural para trabajar. Cuando el feminismo estalla, cuando las redes feministas cada vez estamos más atentas a todas estas cuestiones, cuando criamos de la manera en que criamos o educamos a nuestros hijos varones, también tenemos un impacto para generar. Creo que es una responsabilidad de todos los sectores, con los Estados con una responsabilidad particular, que es la de asignar derechos de manera igualitaria. Pero las personas también: la reflexividad humana, el poder pensar si de verdad estás criando a tus hijes de una manera igualitaria o si estás generando un machirulo más para la sociedad. Y si no está sobrecargando a la nena con exigencias y pensando que ella es más dulce porque es mujer y entonces va a tener más posibilidad de cuidar. También está en nuestras cabezas: ¿Podemos pensar una sociedad más igualmente cuidadora? Eso es tarea de las políticas públicas, pero no exclusivamente.
“También está en nuestras cabezas: ¿Podemos pensar una sociedad más igualmente cuidadora? Eso es tarea de las políticas públicas, pero no exclusivamente”
-Respecto del cuidado de los adultos mayores, ¿en la pandemia también se vio un reconocimiento acerca de sus necesidades como en el caso de las infancias?
Sí, pasa que todo el debate estuvo muy centrado en relación con la vulnerabilidad sanitaria de los adultos mayores y mucho menos con los cuidados diarios. Y la verdad es que servicios para adultos mayores en nuestro país hay todavía menos que servicios para niños y niñas. El 20 por ciento de los hogares pobres que tiene algún adulto o adulta mayor con dificultades para el desarrollo de la vida diaria de manera independiente mercantiliza los cuidados. Uno de cada cinco hogares pobres está pagando para que cuiden a sus adultos mayores del hogar porque no tienen ningún servicio al que acudir.
Es un déficit muy pero muy importante, como también lo hay con personas que tienen algún tipo de discapacidad. Va a llevar mucho tiempo lograr ese sistema más equitativo. Hacen falta muchos recursos, mucha inversión, pero es una inversión que si se hace bien va a redituar en mayor bienestar e incluso mayor empleo de calidad para las personas que cuidan.
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