Desde Río de Janeiro
Con la pandemia mortal manteniéndose en curva de fuerte ascensión y sin solución a la vista – al contrario, crecen las alarmas de colapso en todo el sistema de salud – Brasil conoció este miércoles a los tres nuevos jefes máximos de las Fuerzas Armadas, luego que los anteriores renunciaron dejando clara la crisis armada por el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro.
El nombramiento coincidió con el 57º aniversario del golpe militar de 1964, que tanto Bolsonaro como los uniformados que lo rodean insisten en llamar de “revolución redentora”. Los seguidores más fanatizados del ultraderechista habían anunciado “actos populares” por varias ciudades brasileñas, con destaque para Brasilia, reivindicando “intervención militar con Bolsonaro”. Lo que se vio fueron manifestaciones erráticas, sin ninguna importancia efectiva.
Coincidió, además, con la marca más alta de muertos por covid-19 en 24 horas: 3.869. O sea, 161 por hora. Más de uno cada 30 segundos. Los datos oficiales indican que la pandemia ya mató a 321.515 personas.
Son dimensiones trágicas: solamente 5 por ciento de los más de 5.100 municipios brasileños tienen población superior al número de muertos por covid en un año.
Las escenas de horror surgen ahora en San Pablo, la capital del estado más rico de Sudamérica: vans utilizadas originalmente para transportar escolares ahora transportan cadáveres a los cementerios.
Frente a ese cuadro de crisis sin límites, también este miércoles el comité coordinador de combate al coronavirus, integrado por el ministro de Salud, Marcelo Queiroga, científicos, representantes de los gobiernos provinciales y teniendo a la cabeza el presidente del Senado, Rodrigo Pacheco, tuvo su primera reunión.
Al final, Bolsonaro habló. Y contrariando todo lo que se había acordado en la reunión, una vez más volvió a criticar duramente medidas de aislamiento. Lo hizo sin mascarilla, dejando clara también su rechazo a la recomendación de usarla.
Analistas, observadores y hasta políticos veteranos tratan de descifrar los meandros de lo ocurrido el pasado lunes, cuando Bolsonaro cesó, de manera grosera, al entonces ministro de Defensa, general retirado Fernando Azevedo e Silva. Se creó una crisis solo comparable a la de 1977, en plena dictadura, cuando el entonces general-presidente Ernesto Geisel fulminó a Silvio Frota, el ultra-reaccionario ministro que se oponía a la apertura.
Hay fuertes y palpables indicios de la irritación de Bolsonaro con Azevedo e Silva por su negativa a cesar al entonces comandante en jefe del Ejército, general Edson Pujol, quien a su vez no obedecía a los pedidos del presidente para enviar mensajes de dura condena al Supremo Tribunal Federal por haber anulado el juicio contra Lula da Silva.
Para el puesto de Azevedo e Silva, considerado un conservador pero que rechazaba el uso político del Ejército como pretendía Bolsonaro, fue nombrado otro general retirado, Walter Braga Netto, que, al contrario de su antecesor, mucho más que conservador es un auténtico reaccionario. Por lo tanto, merecedor de la confianza presidencial.
Braga Netto, sin embargo, y para no profundizar aún más el malestar entre los generales activos con relación al mandatario ultraderechista, eligió para comandar el Ejército a un nombre que hace poco fue blanco de la furia presidencial y de sus seguidores más cercanos en el palacio presidencial, Paulo Sergio Nogueira.
El motivo de esa furia fueron declaraciones del general Nogueira defendiendo el aislamiento social, uso de mascarillas y otras medidas preventivas que, según él, llevaron a que en los cuarteles se registrara un número considerablemente bajo de víctimas del coronavirus. También dijo que, de mantenerse el actual cuadro, una tercera ola de covid-19 provocaría más devastación de vidas en el país.
Que Bolsonaro se haya tragado en silencio el nombramiento de Nogueira indicaría, acorde a altos oficiales activos en declaraciones prestadas a medios de comunicación bajo la condición de anonimato, que entendió no haber espacio para politizar a los cuarteles y mucho menos para adoptar medidas drásticas contra gobernadores y alcaldes que imponen aislamiento más o menos duro en sus regiones y municipios.
De esa forma, si pretende efectivamente – como insinúa cada tanto y declaró en algunas ocasiones – recurrir al Estado de Sitio o, en caso extremo, a un autogolpe, a Bolsonaro no le quedaría más que buscar el respaldo y la acción de la baja oficialidad, de las policías provinciales militarizadas y los llamados “milicianos”, bandas de matadores originados en las fuerzas de seguridad.