“Fortalecer el Mercosur no es una cuestión épica sino de supervivencia”, enfatizó el canciller Felipe Solá en el cierre de la presentación del primer libro oficial realizado sobre el bloque (“Mercosur -Una política de Estado”) en conmemoración de su trigésimo aniversario y en momentos en que América Latina transita la peor crisis económica de su historia. El nuevo orden que primará luego de la pandemia es aún incierto, pero robustecer nuestra unión regional es imprescindible para recuperar y mejorar las condiciones de vida locales en un escenario internacional muy difícil que desencadenará profundos cambios estructurales.
Un contexto mundial menos nocivo, pero también de importantes modificaciones sucedía durante meses previos a la firma del Tratado de Asunción que dio origen a nuestra plataforma de integración regional a partir de marzo de 1991. La organización política y económica de inicios de la década de los noventa iba a modificar las relaciones de poder vigentes durante la Guerra Fría, consolidando a Estados Unidos como la súper potencia global de la mano de la hegemonía del capital financiero y dando lugar a la acelerada expansión de la plataforma industrial asiática con epicentro en China. También derivó en el desarrollo de los bloques regionales, como mecanismos fundamentales de negociación y tracción del comercio.
El notable crecimiento asiático provocó, sobre la base de su ascendente demanda, la revalorización de los recursos naturales y, como resultado de su mayor oferta, un abaratamiento relativo de los bienes industriales con menor grado de desarrollo tecnológico. La apertura de los mercados de productos fabriles en ese marco implicó una fuerte presión primarizadora de la producción de nuestra región. El creciente comercio intrarregional de la primera década de Mercosur, en especial cimentado en la actividad automotriz, atemperó la ola desindustrializadora.
Ahora bien, desde la incorporación de China a la OMC en 2001, la presión de las nuevas condiciones globales fue generando un profundo impacto. El caso de Brasil es impactante. De poseer una estructura productiva industrial que explicaba, en promedio, el 54,4 por ciento de las exportaciones totales de su país entre 1990 y 2000, ese nivel fue decayendo progresivamente y llegó a registrar en el último año sin pandemia (2019) apenas el 31,3 por ciento, según la OMC. La participación de las exportaciones fabriles de Paraguay, de Uruguay y de nuestro país también perdió una porción muy significativa, pero lo sucedido en Brasil es particularmente llamativo por la magnitud de su economía. A lo largo de la historia capitalista, no hay otros casos de economías grandes que hayan ido en contra de la corriente en términos de agregación de valor a sus estructuras productivas.
El área comercial del Mercosur es un mercado relevante para la actividad industrial que genera puestos de trabajo con un nivel de ingresos superior al promedio y su vigencia evita una mayor dependencia externa. En momentos donde se ha verificado la relevancia de la capacidad de autoabastecimiento para enfrentar contingencias como la del covid-19 se ha vuelto determinante.
A la vez, a nivel global el comercio de productos primarios también pierde espacio históricamente, incluso a pesar de haber contado con períodos de fuerte revalorización. Por caso, en la década anterior a la creación del Mercosur, el comercio agrícola explicaba, en promedio, el 13,9 por ciento de las transacciones totales de mercancías. En los últimos 10 años, la media fue de solo el 9,3 por ciento.
Buscar atajos intentando regalar mercados industriales para quizás conseguir algún margen mayor de demanda para los agro negocios no parece una buena estrategia, incluso para los socios menores por su alto grado de interdependencia con Brasil y Argentina. Mantener un Mercosur sólido es una cuestión supervivencia. Debe ser la plataforma para sostener y desarrollar capacidades productivas que permita mayor autoabastecimiento, generar empleos y distribuir ingresos y aunar poder de negociación. Conservar el entramado industrial también es necesario porque, lamentablemente, el sector primario va perdiendo relevancia en la distribución del ingreso, a la par del férreo y persistente proteccionismo que los gobiernos de los grandes centros de consumo mundiales les otorgan a sus agricultores.
(*) Representante Permanente de Argentina para Mercosur y ALADI.
Límites internos y desafíos
Por Ayelen Boryka (**)
Desde sus inicios el Mercosur tuvo el objetivo de impulsar la integración regional para así potenciar al bloque como un jugador relevante a nivel internacional. A principios de los 90, los modelos de regionalismo abierto eran los que se proponían como vía para el desarrollo de las economías más atrasadas. Si bien la mirada económica resulta clave a la hora de entender el origen del bloque, la situación política es también un componente fundamental para explicar tanto su génesis como desarrollo. En este sentido, miradas similares de los gobiernos de los Estados Parte, favorecieron y potenciaron el proceso de consolidación del mercado común, mientras que desencuentros en ese nivel postergaron el perfeccionamiento.
El Mercosur debe pensarse como un bloque en construcción y, al mismo tiempo, como un proceso. En los primeros años de funcionamiento se evidenció el crecimiento del comercio intra bloque, llegando a representar cerca del 22 por ciento del comercio total de los socios a fines de los 90. Con la irrupción de China como actor de peso en la escena internacional, sumado a los propios límites en las estructuras productivas de los Estados Parte, se dio lugar a un proceso de estancamiento y contracción de la participación. Actualmente ronda el 13 por ciento del comercio total de los socios.
Al hablar de los límites de las estructuras productivas, se hace mención a una particularidad de nuestro bloque: el bajo grado de complementariedad. Sin dudas, a nivel internacional el Mercosur es un gran exportador de productos primarios y recursos naturales. Todos los socios se caracterizan por concentrar una porción muy significativa de sus exportaciones en estos bienes. Dicha similitud en el perfil exportador hace pensar que puedan haber límites en el comercio intra.
Sin embargo, las estructuras productivas son más diversas, lo que se refleja en la composición del comercio dentro del bloque, dónde las manufacturas de origen industrial son mucho más representativas. Así, el Mercosur pasa a ser un potenciador de las capacidades productivas y generador de empleo.
Lo mencionado anteriormente pone de manifiesto algunas de las discusiones que deben resolverse para poder continuar avanzando. Uno de los sectores productivos sobre el que aún no logró definirse una política común es el automotor, por lo que no existe libre comercio entre los socios. Este sector es el que mayor comercio concentra dentro del bloque pero está enmarcado en acuerdos bilaterales.
En el caso de Argentina y Brasil, donde el sector automotor explica el 40 por ciento del comercio entre ambos, existe el Acuerdo de Complementación Económica Nª 14 (ACE 14). En éste, se establecen niveles máximos de desbalance dentro de los cuales los países pueden comerciar libre de arancel, y fuera de ese valor, debe pagarse el derecho de importación. El automotor es un sector que no sólo tiene relevancia comercial, sino que genera empleo de calidad y encadenamientos productivos.
En materia regulatoria, el Mercosur tiene varios puntos en los que avanzar, desde normativas técnicas comunes, hasta cuestiones sanitarias y fitosanitarias. Por otra parte, es necesario no sólo pensar en las tareas pendientes en estos años, sino consensuar una mirada sobre temas a futuro. Lograr una agenda común en temas de género, ambiente y continuar profundizando los acuerdos logrados en materia de servicios, inversiones y comercio electrónico, resulta fundamental tanto para dinamizar el relacionamiento interno como para contar con posiciones comunes en el relacionamiento externo.
Cuando algunos discursos plantean la necesidad de flexibilizar el Mercosur, lo que piden es la posibilidad de que cada país pueda negociar con terceros extra bloque en forma individual. Esto no sólo implica retroceder en el proceso de integración y dar por perdida la batalla de lograr una política externa común, sino también debilitar la posición frente a terceros a la hora de negociar.
La respuesta a las dificultades presentes no debe ser retroceder, sino avanzar y perfeccionar el bloque en todas sus tareas pendientes, ganando así dinamismo en el relacionamiento externo y ubicando al Mercosur como la plataforma que permita mejorar el bienestar de nuestros pueblos y el desarrollo de la región.
(**) Economista UBA- Paridad en la Macro.
Fuente: Página 12.