Quitada la hojarasca de ese nuevo show patotero e incendiario de quien ejerce como ministro de Seguridad bonaerense sin responder más que a su proyecto propio, y la presentación de un libro con hojas en blanco, es la alocución presidencial uno de los hechos que sí merece interés masivo.
Alberto Fernández usó la cadena nacional y se privó de hacer anuncios sencillamente porque, por ahora, no los tiene.
El sentido de su discurso fue advertir que se aproxima –casi en modo indefectible– otro desafío colectivo cuyas dimensiones no se precisan, pero entre las opciones vacunación y retorno a fases más duras para aplanar la curva de crecimiento de contagios no hay mucho misterio. Ninguno, más bien.
Las vacunas llegarán de a poco y no en los plazos previstos y contratados.
La cantidad de dosis tampoco alcanzaría para evitar el encastre con la temporada otoño-invierno y su segunda ola, agravando el panorama.
Es de mínima sorprendente –y muy dudoso en cuanto a sus efectos positivos– que un instrumento de comunicación como la cadena, con protagonismo del Presidente, sea empleado antes para reflexionar y compartir preocupaciones que como vehículo de noticias. Una, aunque sea.
Al cabo del reconocimiento y diagnóstico sobre la situación local, regional y mundial frente a la pandemia, ¿cómo es posible, por caso, que ni siquiera se anuncie el cierre de las fronteras?
¿Por qué no se clausura ya mismo, por lo menos y nada menos, el ingreso y egreso desde y hacia Brasil y Paraguay, que se hallan en un estado de colapso y amenaza sanitaria terroríficos con el agregado de la variante Manaos apuntándonos a la nuca?
Personalidades prestigiosas de la comunidad científica argentina, entre las que se cuentan especialistas que apoyan y asesoran a las autoridades nacionales, acaban de advertirlo en una solicitada que no tuvo la repercusión mediática suficiente.
“En momentos en los que hemos vacunado solo a una fracción minoritaria de las poblaciones de riesgo y observamos un inexplicable flujo turístico con Brasil, creemos que se impone de modo urgente la adopción de medidas que intenten mitigar el impacto de la pandemia en nuestro país”.
¿Más claro que eso? ¿Qué espera el Gobierno? ¿La cadena nacional no era una oportunidad inmejorable para decir sanseacabó en ese sentido, dando cuenta del peligro del panorama?
Algunas voces gubernamentales –en off– se alzaron tímidamente para señalar que no es tan fácil, por “la porosidad” de nuestras fronteras.
¿Qué cosa no es tan fácil, como no sea que un gobierno es eso y no un comentarista? Y si no es tan fácil, ¿por qué no lo explican?
En simultáneo con que una herramienta comunicacional para todo el país no es una instancia de terapia, Alberto Fernández habló con sinceridad, mirando firme a la cámara, muy solvente en cada oración, dejando claro que con todos los errores habidos y por haber –incluyendo los excesos de optimismo– trabajan sin descanso sobre el tema, aunque… con variables que no están en manos del Gobierno.
Como conjetura personal más ciertos datos de que se dispone, su discurso fue una última apelación a (volver a) cuidarse personal y colectivamente, antes de que se puntualice lo que se viene.
Para atrás, los errores son insanables. Relajo, sensación extendida de que lo peor ya había pasado, “libertinaje” en las manifestaciones callejeras, etcéteras.
Ese cuadro provoca una inercia social que, quizás y sólo quizás, hará complicado el retorno a endurecimientos. Pero los habrá, y es o sería un problemón: ¿quién se anima a calcular cuál será la obediencia comunitaria en la vuelta a restricciones ampliadas, con un escenario económico dramático que empieza o empezaba a dar visos de alguna recuperación en los números macro y con una oposición despiadada que estimula desestabilizar?
En medio, se escuchó la sandez inconmensurable de que el Gobierno calculó la cadena para afectar ¡el impacto del libro de Macri!, como si a los propios simpatizantes de quien no vio un libro ni de lejos en toda su vida pudiera importarles lo que fue un fiasco disfrazado de trascendencia política por sus periodistas amigos, sin otro origen que el de si Ella hace puchero, yo hago puchero, si Ella hace ravioles, yo hago ravioles.
El Presidente se dirigió a la Nación alarmado por las circunstancias, y en buena medida importa más trasuntar lo que realmente está diciéndose que la ausencia de anuncios.
Dicho de otra forma y si acaso la palabra presidencial sonó muy floja en su prospectiva concreta, fue fuerte como metamensaje.
Y fue al estilo Alberto. No al de quienes soplan y hacen botellas juntando las características convenientes de unos y otros para trazar el rompecabezas perfecto, con la figura perfecta de las decisiones perfectas que sólo existen en sus fantasías.
Dando por mayoritariamente aceptado que el Gobierno aprovechó, al inicio, lo que sus detractores llaman “la cuarentena boba”, que de boba no tuvo un ápice preeminente porque sirvió para readecuar el sistema de salud a fines de evitar estallidos de contagios y camas, más el asistencialismo de emergencia en la economía; y que después se durmió porque le habrían faltado reflejos para asegurarse de que hubiera provisión de dosis vacunatorias imprescindibles, ¿es justo caerle con todo el peso de la ansiedad como si el mundo geopolítico de intereses, laboratorios, bloques de poder y Estados nacionales consistiera en un canto a la eficiencia y solidaridad universales?
¿Con qué autoridad moral pueden insultar al Gobierno quienes promovieron las rajaduras del esquema sanitario, que sin embargo viene arreglándoselas?
Vuelven a cerrar países europeos; las naciones centrales amarrocan alrededor de un 90 por ciento de las vacunas disponibles y a producir; los organismos internacionales advierten que no está aprendiéndose nada, ¿y acá resulta que toda la culpa es del Gobierno?
Los que descuidaron insistir con las prevenciones; los barderos del indignacionismo mediático contra la afectación de las libertades individuales; los que en CABA no pudieron organizar ni el primer día de vacunación para los mayores de 80; los que están resentidos contra la eficiencia organizativa de la gobernación bonaerense, porque “el populismo” termina siendo enormemente más eficaz que ellos, ¿con qué cara cuestionan qué?
Pero está bien: todo eso es crítica o criticismo inconducente en términos de que es lo ya sabido, por mucho que deba remarcárselo; y de lo que se trata, lo que se espera, lo exigible, es saber o anticipar la base procedimental de lo que se viene.
El Gobierno no puede asegurar que le cumplan desde el exterior lo comprometido, y en consecuencia no puede cerciorarse del impacto en el desenvolvimiento de la economía.
Tampoco puede volver a emitir moneda a lo pavote (aspecto que sí establece diferencias entre Guzmán y el “cristinismo”, al igual que el grado de dureza con que plantarse frente al FMI), porque se arriesga a una corrida cambiaria que ya lo amenazó en octubre pasado. Y que no siempre podrá tripular.
Sí puede y debe volver a prepararse con todo el esfuerzo e ingenio disponibles para que nada se desborde; para apretar a los actores económicos de la concentración inflacionaria; para no caer en provocaciones; para centralizar la comunicación, por favor, consciente de que ésta depende de firmeza política y de convencer con narrativas esperanzadoras a la vez que concreciones específicas.
Todo eso casi sin plata, claro, si se lo ve no con la facilidad de dibujar castillos en la arena, sino con el imperativo de que –sin la probabilidad de recurrir a la movilización popular, encima– se construya una fuerza capaz de consensuar y sacudir a la vez.
Ningún guapo quisiera estar en los zapatos de esta gente en este momento.
Y nadie en su sano juicio debería creer que hay mejores que éstos para calzárselos.