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miércoles, 24 abril, 2024
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    La producción en tiempos de pandemia

    Los especialistas analizan cómo se posicionaron las cooperativas en este nuevo contexto y advierten que la crisis sanitaria profundizó las desigualdades de género al ensañarse particularmente con las mujeres.

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    Hace un año, cuando arrancó la pandemia en nuestro país, parecía que los tiempos serían más cortos, pero estamos ya con el 2021 avanzado y tanto el virus como sus consecuencias parecen lejos de finalizar. Prácticamente no hay rincón del planeta donde la covid-19 no haya llegado. Sus efectos sanitarios, pero también económicos y sociales, siguen causando mucho dolor a nuestro alrededor.

    Desde el inicio de la pandemia, ya han muerto más de 3 millones de personas en el mundo, así como también existen muchas personas que tienen secuelas y otras que en este momento están convalecientes. Desde el punto de vista económico y social, miles de empresas, emprendedores, asalariados, cuentapropistas, etc., se han quedado sin trabajo o se han visto obligados a bajar las persianas.

    En ese contexto, el cooperativismo ha tenido, tiene y, sin dudas, tendrá un rol protagónico. Las empresas cooperativas han sido el año pasado, y lo siguen siendo todavía, ejemplos de cómo las sociedades pueden salir de las crisis cooperando: la pandemia ha puesto de manifiesto, a escala global y local, que nadie se salva solo.

    De la salud a la educación

    En el ámbito de la salud, de la producción, del consumo, de las finanzas, del hábitat, del trabajo, de la educación, de los servicios y muchas otras esferas, las cooperativas pueden ser un faro para un mundo que debe aprender de sus errores.

    Ante los primeros casos de la covid-19 en la localidad de Mokolo, Camerún, la Asociación de Cooperativas de Salud de ese país comenzó una rápida distribución de mascarillas y jabones y llevó adelante una campaña para informar al público en general sobre los cuidados ante la pandemia.

    En Colombia, las empresas de salud del Grupo Coomeva asistieron a 66.807 personas con diagnóstico positivo, realizaron el seguimiento a 244.000, practicaron 333.000 pruebas, atendieron 300.596 llamadas de posibles casos, respondieron 1.138.178 teleconsultas, y tuvieron 6.898 hospitalizaciones.

    Los miembros de la Unión de Cooperativas de Consumo y de la Federación Nacional de Trabajadores y Consumidores de Seguros de Japón confeccionaron delantales y mascarillas de prevención, que se entregaron de forma gratuita a las cooperativas sanitarias, los centros médicos y las comunidades en general.

    La Fundación Espriú, que recibe unas 13 millones de consultas médicas al año en España, adecuó sus servicios para atender los casos de coronavirus y, por otro lado, creó un fondo de solidaridad para cubrir el fallecimiento de los profesionales de la salud afectados.

    En nuestro país, varias cooperativas se dedicaron a confeccionar elementos básicos para la prevención y la atención, tales como barbijos, mascarillas y delantales, sin contar las cooperativas de Salud, que tuvieron y tienen un rol protagónico en la atención e información sobre la covid-19.

    El modelo cooperativo de trabajo demostró una vez más su resiliencia ante las crisis y está ayudando a sostener e incluso recuperar puestos laborales que, de otro modo, se perderían. Las que producen alimentos y otros bienes necesarios para cada familia, junto a aquellas que asocian a los consumidores, siguen facilitando productos de calidad y a precios justos. Las cooperativas financieras, las de seguros, las de vivienda, las de telecomunicaciones, las de servicios públicos, todas han hecho y siguen haciendo enormes esfuerzos para satisfacer las necesidades de cada comunidad donde están insertas, a pesar de todas las dificultades.

    ¿Competir o cooperar?

    La pandemia no puede ser una oportunidad para que se acentúe a escala global el paradigma de la competencia y la especulación. Debe ser, al contrario, la oportunidad histórica para profundizar a escala global el espíritu cooperativo y marcar el camino de salida de la crisis.

    Se suele decir que las crisis no son casuales. Y, también, que en ellas suele haber una oportunidad. Durante la pandemia estamos viendo cómo el “sálvese quien pueda” no conduce a nada más que sufrimientos. La competencia no puede dar las respuestas concretas a las necesidades de un mundo en crisis. El “sálvese quien pueda” ha perdido terreno. Solo la cooperación, la solidaridad y la paz brindan una salida posible.

    Desigualdades de género

    La emergencia sanitaria puso sobre relieve la profundización de desigualdades de género preexistentes, evidenciando que lejos de existir una mano invisible en el mercado, existe, en cambio, un universo de manos históricamente invisibilizadas, que realizan un aporte que debe reconocerse.

    De acuerdo a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), en el segundo trimestre de 2020, es decir, en el peor momento de la pandemia hasta ahora, la tasa de desocupación alcanzó el 13,1 por ciento. Por su parte, en el caso de las mujeres, la tasa era de dos dígitos (11,2 por ciento) en el segundo trimestre de 2019 y un año después esta cifra se incrementó, caracterizado por contexto de ASPO: la tasa de desocupación femenina alcanzó 13,5 por ciento.

    El impacto desigual es evidente particularmente en el grupo etario de las mujeres jóvenes de 14 a 29 años. Fueron las que experimentaron mayores incrementos en los niveles de desocupación. Durante el segundo trimestre la tasa de desocupación fue 5,8 puntos más alta que la de los varones, alcanzando la brecha más importante de los últimos 5 años. Sólo entre el primer y el segundo trimestre del 2020 la tasa de desocupación creció en 4,6 puntos, al pasar del 23,9 al 28,5 por ciento. Asimismo, en su comparación interanual la desocupación en esta franja etaria se incrementó en 5,1 puntos (23,4 al 28,5 por ciento). De las evidencias expuestas es posible afirmar que la erradicación de la feminización de la pobreza y la construcción de la igualdad de género es un imperativo moral y político.

    En las últimas décadas la feminización de las resistencias populares logró intervenir en el ámbito de la justicia social. Este concepto expresa el rol de las mujeres en las organizaciones de lucha, indígenas, campesinas y barriales, conformadas por trabajadoras de triple jornada. Se trata de un avance que coloca a los feminismos populares en un nuevo paradigma, que exige una pedagogía activa que permita la vinculación de las definiciones ideológicas con las prácticas.

    El fenómeno de asociatividad alrededor de la economía del cuidado afirma la interseccionalidad concebida desde el feminismo popular, otorgando un cambio de postura analítico con respecto a las desigualdades constitutivas de un sistema económico que repartió el cuidado de forma desigual. Surge, entonces, la necesidad de superar la univocidad cristalizando los impactos diferenciales.

    La alianza de los cuerpos en el plano político no se reduce a un solo terreno, la disputa por lo público abarca una pluralidad de estrategias en la materialidad de las acciones colectivas. Las referentes de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) que forman parte a nivel nacional de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) aportan experiencias valiosas de organización. La contrapartida de la crisis fue desde la lógica propia del cuidado: la colectivización de la reproducción social.

    La promoción de estrategias de cuidado sanitario y educación popular, la creación de Espacios para la Primera Infancia en los Polos Productivos, la inserción de lógicas ambientalistas, y las rondas territoriales de promotoras, expresan que, allí donde el acceso a los servicios básicos es restringido, las mujeres organizadas defienden la trinchera cotidiana desde los comedores. Estas experiencias dan cuenta de la articulación entre sectores que se anudan alrededor de los cuidados comunitarios.

    El impacto desigual se encuentra relacionado con la distribución asimétrica de las tareas del cuidado que las crisis profundizan. Entre las variables posibles para salir de la pandemia, son reivindicables estas experiencias y emerge la necesidad de avanzar sobre una perspectiva de género que logre articular las demandas desde la interseccionalidad para repensar de forma transversal los vectores de desigualdad y las estructuras que los sostienen. La discusión es sobre quiénes producen valor y sobre el reconocimiento que merecen.

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