Cuando se escriba la historia del año 2020 y la covid-19, emergerá con mucha fuerza la presencia femenina, categoría tan desdeñada que para incluirla hizo falta que Duby (1992) escribiera su Historia de las mujeres; y su aparición, como su ausencia, no deberían agotarse en la crónica, ya que merecen una reflexión más profunda.
En un mundo de pretendida autosuficiencia, que ostenta la energía nuclear, avanzadas tecnologías, intimidantes planes de defensa de la seguridad nacional y mundial, descubrimos un día que para protegernos de la covid-19 sólo era efectivo el lavado de manos, el uso de barbijos, higiene mientras esperamos la vacuna, es decir, el cuidado, cierta dimensión de lo materno, lo femenino. Pero nunca habíamos vivido una situación como ésta, en la que se transformara en política nacional y mundial (aun con los demenciales negacionismos propios y ajenos).
Así advertimos que el predominio de categorías masculinas no alcanzaba y por el contrario, nos ponía en peligro (producción irracional con cada vez menos consumidores, predominio de la ganancia, inversiones en armamento y no en salud, etc, todo ello impotente frente al virus); tal vez esa sea la razón por la cual, los grandes representantes planetarios del macho alfa, haciendo gala de su primitivismo (Bolsonaro, Trump y otros) sobreactuaron la masculinidad desafiante e invulnerable frente al virus. Algo viene corriéndose de lugar y se percibe también en el aire.
Rita Segato ( 2020) sostiene que el Estado es la última etapa de la historia del patriarcado y sucede que en Argentina se instauró desde el comienzo un estado materno, una gestión materna de nación, apuntando al cuidado y la protección de los más débiles. “La patria patriarcal, bélica, defensiva, amurallada, y la patria maternal, hospitalaria, anfitriona…” (Segato, 2020) nunca convivieron públicamente tan juntas como desde que comenzó la pandemia, en un intento de integración femenino-masculino, que, sumado a una convivencia forzada en los inicios, dentro del ámbito femenino por excelencia, el hogar; la presencia multitudinaria de mujeres en las marchas, la ley de interrupción del embarazo, etc, todo esto, que podría provocar esperanza, también está generando otras reacciones (más femicidios que días en lo que va del 2021). Algo de lo femenino no se soporta y se lo destruye. Pues de lo contrario y asumiendo que no sea la única causa ¿de dónde nace tanto rechazo y repudio a todo lo que signifique cuidado en algunos sectores de la sociedad mundial? Las representaciones patriarcales no diferencian géneros, están instaladas en ambos casi desde que el mundo es mundo y no van a caer fácilmente si es que eso sucede algún día. “…la politicidad en clave femenina…,” (Segato, 2020), se adapta mejor en circunstancias como ésta en la que primero importa salvar la vida. Asistimos a una concientización de lo femenino, como recurso prínceps para proteger la vida, como nunca antes y es esperable que este siglo, desde hace tiempo llamado, el de las mujeres, marque impronta en el psiquismo humano, con la integración de lo que lo femenino y lo masculino, pueden dar, cualesquiera sea el resultado del intento actual.
¿Porqué tanto rechazo? Algo sobre las mujeres
La mujer, lo femenino, han transitado un camino doloroso, con reacciones mayormente adversas frente a lo atrapante e inexplicable.
Tal vez el primer abordaje original fue el de Almodóvar, que sumergiéndose en las profundidades lo exhibió en sus criaturas memorables, feroces y dóciles, apasionadas, impredecibles, bondadosas y malvadas, pero todo a la vez; transpiran vitalidad en sus vínculos, aman y se comprometen pasando todos los límites recomendables, sin perder por ello su elegancia ni su salud mental; viven una simultaneidad vertiginosa, esto es, la capacidad de atender muchos frentes a la vez, mientras elaboran una frustración amorosa, funcionamiento mental femenino, absurdo a la mirada racional, precisamente porque afirma ciertos valores de su universo: la vida, el amor, la comunicación y sobre todo, un tiempo diferente; sus madres hablan continuamente, cuentan historias, enlazan el presente y el pasado, lo principal con lo accesorio, lo lógico con lo ilógico, lo cotidiano con la filosofía, en suma, construyen el relato de la vida y las generaciones; son solidarias, no sólo rivales como el imaginario social parece preferir; se conmueven, se entienden, se ayudan, son cómplices de la vida. Todas parecen conocer ese hacer “entre mujeres”, porque en este mundo, al decir de Pepa cuando busca una abogada para su amiga: “mejor que sea mujer, así se lo tomará como algo personal”.
Como señala Rithé Cevasco, en la fórmula lacaniana de la sexuación, a diferencia de lo masculino, algo de lo femenino va por fuera del registro de lo fálico y de la castración, aunque participe también de él. Es decir, existe en la mujer un registro más que en el varón. Y ese plus que elude la limitación, la explicación, la aprehensión intelectual, el discurso consensuado, la tranquilidad de un mundo obsesivo ordenado, parece ser responsable del temor que ha inspirado desde siempre lo femenino. Exhibe la existencia de un universo otro, fuera del registro de lo entendible racionalmente. No es extraño entonces tanto rechazo y el intento persistente de encasillarlo en imágenes trivializadas o patológicas por desviadas de una expresión del afecto modulada, aséptica y hasta impersonal, a excepción de la consabida mártir idealizada (generalmente una madre) que por ser tan desdichada puede permitirse otras medidas de lo reprobable, estéticamente hablando. Por ello las imágenes idealizadas de la maternidad, la belleza, el sacrificio, la pasividad, la quietud, y por otro lado, denigradas, de una maldad fácilmente identificable y predecible, o de una marginalidad obvia en la mujer sexuada e insaciable, todo con gran sentido lombrosiano, pues de explicar lo inexplicable y peligroso se trató siempre, pero nada de las mujeres reales. No sorprende entonces que el “desencasillamiento” visible desde hace algún tiempo esté generando reacciones, mientras la pregunta “qué quiere la mujer” aún arañe respuestas insatisfactorias, provoque ira, violencia y desconcierto.
Gladis Tripcevich Piovano Ph D es Magister en Psicoanálisis por Universidad CAECE y Asociación Psicoanalítica Argentina. Doctora en Psicología.