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martes, 23 abril, 2024
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    Opinión: La disputa geopolítica entre Estados Unidos y China

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    Los caminos que llevan a la OMC

    Por Julieta Zelicovich

    La proximidad de la 12º Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC) lleva a poner la mirada en Ginebra -sede de este organismo- y a evaluar cómo las tensiones de la política mundial se enlazan con las dinámicas del comercio y la economía global. Y es que, en el marco de un orden internacional signado por la polarización creciente entre EE.UU. y China, la dimensión comercial ha tenido una relevancia destacada. Por un lado, porque en la dimensión comercial ha sido donde se ha manifestado parte de esa transición hegemónica, expresándose entre otros en el crecimiento de China como principal socio comercial de la mayoría de los países del mundo, así como en el abultado déficit comercial que Washington registra respecto de Beijing. Por otro lado, porque fue a partir de la “guerra comercial” que EE.UU. buscó revertir esa situación.

    En el medio de estos procesos se encuentra la OMC: organismo internacional en el que se establecen los marcos normativos para la política comercial y el espacio para la cooperación multilateral necesaria para lidiar con las fricciones que genera el movimiento constante de contenedores alrededor del mundo. Dos cambios sustantivos en el plano de las ideas y narrativas respecto de las relaciones comerciales internacionales resultan relevantes para entender el presente y futuro inmediato de esta organización:

    En primer lugar, el cambio de énfasis en las relaciones exteriores, especialmente por parte de los EE.UU., de un enfoque de “ganancias absolutas” en el cual el énfasis se pone en el largo plazo y en la idea de que todos los países pueden ganar en el comercio internacional, a un enfoque de “ganancias relativas”, en donde lo que es significativo para la política internacional es quién se lleva la principal rebanada de ese reparto. El comercio global deja de ser pensado en términos de especializaciones competitivas y beneficios globales y se aproxima a un juego de suma cero.

    Para la administración Biden esta lógica es especialmente clara en sector del acero, de paneles solares y en algunos sectores agrícolas y en semiconductores. En la base de este cambio hay un dato ineludible: en 20 años mientras que EE.UU. duplicó sus exportaciones de 729.100 millones de dólares en 2001 a 1.431.610 millones de dólares en 2020, China las multiplicó por 10 pasando de 266.098 millones a 2.590.221 millones de dólares.

    En segundo lugar, y de la mano de lo anterior, hay un cambio en la manera de entender la globalización. La internacionalización de los capitales y la interdependencia, otrora vistos como oportunidad y como dinámica hacia la explotación de las eficiencias del sistema capitalista global, hoy son redefinidos como amenazas potenciales y no solo como oportunidad.

    La globalización es interpretada como un factor que incrementa la vulnerabilidad de las economías. Surgen como respuesta nociones de “seguridad económica” como pilares claves en la definición de las acciones de política económica y comercial, destacándose el crecimiento de medidas proteccionistas a la par del desarrollo de iniciativas que impulsan aumentar la “resiliencia” de las cadenas de valor mediante una fuerte intervención estatal.

    En un mundo de ganancias relativas por sobre ganancias absolutas, y de la globalización entendida como vulnerabilidad, la cooperación multilateral se presenta como una meta ambiciosa. Sin embargo, el hecho de que el comercio internacional sigue siendo un fenómeno global (y la certidumbre y estabilidad del mismo, un bien público colectivo), genera los incentivos para que aquello que acontece en Ginebra siga siendo relevante.

    A seis semanas de la Conferencia Ministerial de la OMC la administración Biden-Harris ha realizado una nueva movida en el tablero de la gobernanza del comercio internacional. La directora del USTR, Katherine Tai, presentó en Ginebra un discurso con los lineamientos centrales de EE.UU. hacia la OMC, después de años en los que la administración Trump amenazara incluso con retirarse del organismo. En los lineamientos de política comercial establecidos en febrero 2021 se había anunciado una articulación simultanea de estrategias bilaterales y el multilateralismo, pero no había habido hasta ahora definiciones sustantivas respecto de la OMC, y en los hechos salvo por la aceptación de nombramiento de Ngozi Okonjo-Iweala como Directora General, la política de Biden era muy similar a la de Trump.

    En este nuevo discurso, EE.UU. plantea su compromiso hacia el multilateralismo, con una mirada optimista y de largo plazo, lo que es ciertamente un cambio. De momento, se anuncia un mayor involucramiento por parte de EE.UU. en negociaciones multilaterales por cuestiones como transparencia y subsidios a la pesca, así como un mayor compromiso en términos del consenso e inclusividad en los procesos decisorios. Sin embargo, el cambio puede ser cosmético: perdura el bloqueo al órgano de apelaciones y se siguen desarrollando acciones que cuestionan abiertamente el orden basado en reglas.

    Además, no puede dejar de ponerse en relación estas nuevas declaraciones con la estrategia bilateral hacia China enunciada a comienzos de mes. En efecto, respecto de Beijing, la autoridad comercial de los EEUU (USTR) presentó una combinación de acciones unilaterales y bilaterales con la búsqueda de “aliados” para construir una “economía internacional más justa” en las que las democracias de mercado puedan “llegar a la cima”. Así, esta vuelta hacia Ginebra podría ser parte de esa estrategia en la que la OMC será disputada, como reflejo de esas concepciones de ganancias relativas. La reunión de ministros que arranca el 30 de noviembre será una ocasión estratégica para discernir cómo este complejo conjunto de elementos se articula en el multilateralismo realmente existente, que surfea entre las lógicas de competencia, coexistencia y cooperación.

    (*) Doctora en Relaciones Internacionales. Profesora en Universidad Nacional de Rosario e Investigadora en CONICET.

    El mundo que cruje

    Por Gustavo A. Girado (**)

    Hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, los vencedores crearon un marco institucional que respondiera a sus intereses. La Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y toda una gran parafernalia institucional fue diseñada al calor de los valores e intereses que marcaba la agenda de aquellos que habían ganado y, más aún, ellos establecieron formatos, normas y estándares para el funcionamiento institucional y la producción de bienes y servicios. Era el momento de las instituciones “Post-Bretton Woods”, uno en el cual los valores de oriente no se encuentran contenidos, pues no había lugar para considerar los de aquellos que habían perdido -Japón-, ni tampoco los de quienes estaban en guerra civil -Corea, China-, que desde entonces consolidaron su dependencia.

    Los que fijaron estándares eran dueños del conocimiento, los que generan valor agregado manufacturero y destinan recursos a inventar, patentar y finalmente innovar, y que se hacen del mercado pues llegan primero. Pero una vez que nace la República Popular China, sus necesidades la hacen trabajar intensamente para reducir aquellos grados de dependencia para convertirse en un país soberano. Hoy China cuestiona aquellos formatos institucionales y por eso aquel mundo Post-BW cruje pues otros reclaman una participación acorde a su importancia relativa, y bogan por una nueva arquitectura internacional, por refundar gran parte de aquella institucionalidad y estimulan esquemas de gobernanza global que contemplen más los intereses de las economías en desarrollo. Hasta ahora, la ausencia de respuesta política global ha conseguido que China establezca otra institucionalidad, la suya (AIIB, BRICS, OCS, BRI, etc.). Que China había ya entrado en una “nueva era”, se supo de la misma boca de Xi Jinping en 2017, y que incluso debía “ocupar un lugar central en el mundo”.

    Dos años después, y frente a la visible escalada del conflicto comercial (en el marco de la mencionada “guerra”, en particular desde Trump en adelante) y la menos visible del conflicto tecnológico, la misma autoridad china usó la idea de una “Nueva Larga Marcha” para describir el empeoramiento de la relación de China con Washington y preparar a la población para los eventuales momentos turbulentos que se avizoraban.

    Hoy EE.UU. ya no es el hegemón que cuenta con una red de alianzas que refuerza gran parte de aquel orden que supo forjar, caracterizado por estar basado en (sus) reglas. China ha conseguido convertir su crecimiento en desarrollo, resurgiendo respecto de un siglo atrás, y se pone a la par de EE.UU., e incluso más poderosa en ciertos segmentos. La lista de puntos de fricción es larga y el espectro, amplio. De todos, la tensión en el frente tecnológico está en el centro de la disputa pues el objetivo de EE.UU. es detener el escalamiento tecnológico chino. En la zona cero del conflicto se encuentran los semiconductores y los circuitos requeridos por los microchips. Se llegó a sanciones tecnológicas con alcance extraterritorial, prohibiendo la venta de semiconductores y los medios para fabricarlos en terceros países que emplean grandes cantidades de tecnología estadounidense, y hasta a persuadir al gobierno de Países Bajos para que detenga las ventas de equipos avanzados de litografía en chip a China (caso ASML, único fabricante de máquinas ultravioleta extremas), boicot tecnológico que empujó a China a impulsar su autosuficiencia. Con el Congreso norteamericano en homogénea hostilidad bipartidista contra China, con Biden no se ven diferencias políticas importantes (excepto liberar a la directora de Huawei), y así la competencia basada en tecnología se intensifica. El éxito competitivo depende críticamente del control que se tenga de los derechos de propiedad intelectual y de la capacidad de controlar estándares de interfaz y arquitectura abiertos, pero propios, lo que termina aumentando la importancia política y económica de la estandarización, lo que creo constituye la pelea de fondo: quién establece las normas, patrones y estándares de la tecnología por venir (5G, IoT, etc.).

    Fuente: Pagina 12.

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