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jueves, 5 diciembre, 2024
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    Aruguete: “En las redes sociales nos relacionamos de manera más emocional que racional”

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    El siglo XXI todavía es nuevo, pero nos dio tiempo suficiente para encantarnos y desencantarnos con las nuevas maneras en las que se produce y circula la información. Si alguna vez pensamos en internet como un ágora en la que la información circulara de manera horizontal, transparente y ajena a intereses corporativos, ahora vemos que su sombra se vuelve cada más larga.

    Natalia Aruguete, doctora en Ciencias Sociales, investigadora y coautora, junto a Ernesto Calvo, de Fake news, trolls y otros encantos (Siglo XXI Editores), dialogó con DEF sobre noticias falsas, burbujas informativas y polarización afectiva. Aruguete es, también, especialista en la teoría de la agenda setting, es decir, el fenómeno por el que se determina cuáles son los temas que discute la opinión pública.

    -¿Las nuevas tecnologías influyen en la construcción de la agenda pública?

    -Sí, tienen una forma distinta de hacerlo, entre otras cosas porque la forma de distribución de las redes sociales es muy distinta del tipo de relación que establecían los medios tradicionales con su público. No es que no haya influencia, sino que la influencia tiene otra forma. El vínculo que existe entre los gustos de la gente, es decir, aquello que genera impactos emocionales, y el efecto más orgánico o algorítmico de las redes sociales hace que la relación que la gente tiene con las redes responda a lo que denominamos atención selectiva. La atención selectiva hace que uno preste atención y comparta aquellos mensajes que le dan placer cognitivo, y evite aquellos que lo perturban. Esa decisión individual manda un mensaje al algoritmo, que funciona por predicciones, y este devuelve a los usuarios mensajes que son similares y coherentes con las preferencias de los usuarios.

    ¿Qué tipo de relación se genera entre los contenidos y la sociedad?

    La clase de relación que los mensajes mediáticos establecen con la gente es de tipo cámara eco. Es decir, vuelven de manera consistente y amplificada aquellos mensajes que refuerzan las creencias. Entonces, no es que no haya influencia, sino que es distinta, porque los medios y el establecimiento de la agenda eran pensados y analizados de manera más homogénea, apuntando a públicos menos fragmentados, masas más generalizadas; en cambio, ahora hay que incluir esa fragmentación y la personalización característica de la distribución de los mensajes en las redes sociales.

    ¿Esto da lugar a las burbujas informativas?

    -Exactamente. Las burbujas informativas se generan entre la tensión selectiva y las cámaras de eco, que es la parte subjetiva que cada uno aporta a partir de sus preferencias, y la parte estructural, algorítmica, que aportan las estructuras y las redes que arman las redes sociales.

    -¿Qué lugar ocupan las fake news en este contexto?

    En las redes sociales, nos relacionamos con los mensajes de manera emocional, afectiva, mucho más que racional. Ya sea evitándolos como compartiéndolos, la actitud afectiva no es muy distinta si la información es verdadera o si es falsa. Si nos dan una información falsa, que es presumiblemente cierta en la medida en la que contribuye con los prejuicios que yo puedo tener, no hay motivos para no compartirla, porque seguramente debe estar diciendo algo que seguramente es así. En las campañas electorales, se arman estrategias en contra de un partido o funcionario, y eso entusiasma cognitivamente a los usuarios que están compartiendo esa misma burbuja. Nosotros hicimos un análisis de fact-checking para analizar, cada vez que la organización Chequeado adjudicaba la veracidad o falsedad de una información, qué pasaba con los usuarios. La propensión que tenían a compartir una información falsa que confirmaba sus creencias era mucho mayor que la propensión que tenían a compartir que esta se había confirmado como falsa. Esto quiere decir que no alcanza con la mera verificación de la información como falsa para que deje de ser propagada. Un ejemplo: en un momento, empezó a circular en las elecciones un tuit que afirmaba que Ofelia Fernández iba a ganar cualquier cantidad de dinero y que no había terminado el secundario. Ahora bien, cuando nosotros hicimos un análisis de qué pasaba con esos usuarios al ser informados de que el tuit había sido falso, observamos que no tenían la misma propensión a compartir el tuit como falso.

    -¿Cómo apareció ese fenómeno en los meses de pandemia?

    -En la pandemia, se veía muy clara la disonancia cognitiva: aumentaba el número de casos, y eso no modificaba la percepción de los usuarios. Supongamos que la vacuna no convence a mucha gente; sin embargo, hay un grupo importante de médicos que tampoco quiere vacunarse. Eso no lo explica una cuestión científica, sino las mismas motivaciones que nos llevan a disentir en la percepción que tenemos tanto de la pandemia como de la cura de la pandemia. No todos percibimos el peligro y el riesgo sanitario de la misma forma.

    ¿Qué es la polarización afectiva y cómo se ve potenciada en las redes?

    -Es una de las nuevas vertientes que se distingue de lo que se denomina la polarización política alrededor de un tema. La polarización afectiva indica que hay rasgos emocionales, afectivos, que nos llevan a pensar de una forma u otra, independientemente de las racionalizaciones exhaustivas que se puedan hacer. La ideología es una forma de resumir distintos atributos de los candidatos o partidos que no necesariamente nos llevan a evaluar cada vez que votamos la plataforma del partido que estamos votando, incluso muchas veces aceptamos o rechazamos distintas políticas según quién las realice. Una de las explicaciones de la polarización afectiva es la inscripción partidaria. Lejos de lo que podríamos pensar, no tiene tanto que ver con cuánto apego racional tenemos o no a las ideas políticas, sino que responde más que nada a las necesidades de pertenencia a grupos. Las necesidades de pertenencia nos pueden llevar a modificar nuestra percepción sobre la misma política que antes rechazábamos si ahora es promovida por nuestro partido. Esa dimensión, que se explica más por el apego al partido y el rechazo hacia el partido opuesto, se va consolidando cada vez más en la medida en la que distintos atributos se van alineando y vuelven al grupo más homogéneo. Por ejemplo, en Estados Unidos, los republicanos tienen una visión económica y política más conservadora, de mayor rechazo a las minorías racionales, de género, a las vacunas, a la legalización del aborto. De a poco, el alineamiento se vuelve tan consolidado que crecen los niveles de intolerancia hacia quienes piensan algo distinto. Esa homogeneidad es la que vuelve más fuerte la polarización. La pregunta que nosotros nos hacemos es si esas homogeneidades que se dan en las burbujas son producto de nuestras preferencias individuales que luego se amoldan en las burbujas, o si esos alineamientos son producto de los algoritmos. Si para una burbuja circula un tipo de información, y en otra burbuja va otro tipo de información, empiezo a odiar al otro, pero no lo conozco.

    -¿Hay una posibilidad de que las redes sociales contengan el germen de una democracia más fortalecida, en lugar de una más debilitada?

    -De la misma forma en la que las redes pueden generar resquicios para resistencias públicas y desobediencia civil que sorteen los caminos tradicionales de la comunicación, también pueden estar profundamente al servicio de operaciones políticas con relaciones de fuerza muy disímiles. Soy pesimista, aunque no del todo. Creo que depende muchísimo de la capacidad que tiene la gente de informarse políticamente, y la que tienen los colectivos sociales y políticos de burlar la polarización afectiva.

    * Esta nota fue escrita por un periodista de la redacción de DEF.

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