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viernes, 26 abril, 2024
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    Los mandatos machistas siguen vigentes para los adolescentes de hoy

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    “Los hombres somos como monos. Los hombres tenemos que ser los más fuertes, tenemos que estar ahí, pecho duro”. “Y si alguien me dice esta semana me cogí a cuatro’, yo me paro y lo aplaudo. Y si te lo dice una amiga… tomátela de acá. ¿Cuándo paso yo?”. “El macho siempre tiene que ser el más protector, el que protege a las mujeres. Eso ya lo tenemos implantado”. Proveedores, procreadores, protectores. En tiempos de deconstrucción proclamada de la masculinidad dominante, los mandatos machistas siguen vivitos y coleando, aún entre adolescentes, según un estudio de la Dirección de Adolescencias y Juventudes del Ministerio de Salud de la Nación. Una investigación que partió de la pregunta ¿qué papel tiene la construcción de las masculinidades en los procesos de salud-enfermedad-cuidados en adolescentes varones escolarizados en Argentina? Y estableció un perfil de las masculinidades de adolescentes de distintos puntos del país y su impacto en el acceso a la salud.

    La investigación “Construcción de Masculinidades y su relación con la salud integral en adolescentes varones escolarizados en cuatro regiones de Argentina”, se realizó con el objetivo de indagar los imaginarios de los varones adolescentes “en relación a la construcción de sus masculinidades, identificando el vínculo entre vulnerabilidades y las prácticas de su vida cotidiana que generan un impacto en su salud integral y en su interacción con el sistema de salud”, explicó Juan Carlos Escobar, Director de Adolescencias y Juventudes (DIAJU). “La bibliografía existente a nivel mundial da cuenta de que la socialización de los sujetos varones (primordialmente varones cis) tiene un impacto negativo en la vida y la salud no solo de estos, sino también de las mujeres y disidencias con quienes ellos se relacionan. Esto pudimos comprobarlo en la presente investigación donde, con algunas particularidades regionales, los mandatos de la masculinidad hegemónica aún se ven reflejados en imaginarios de invulnerabilidad, resistencia corporal al dolor, subestimación del malestar, violencia como modo de socialización y justificación biológica de las desigualdades”, dijo.

    El trabajo partió de considerar que “el acceso a la violencia, la posición frente al cuidado, la impostura infranqueable de lo masculino, la imposibilidad de un despliegue emocional” generan “perfiles epidemiológicos específicos”: según datos del Ministerio de Salud de la Nación, la mayor proporción de muertes de la población adolescente ocurre por causas evitables, asociadas a situaciones de violencia que provocan lesiones intencionales o no intencionales, autoinfligidas o infligidas por terceros. “Para el año 2018 el conjunto de 11 causas externas (CE) constituyó el 55% de las muertes adolescentes en Argentina (1666 de las 3014 defunciones totales). El 66% de las muertes por CE, cualquiera sea la causa, corresponden a varones; y más del 85% de estos fallecimientos ocurren entre los 15 y 19 años”, dice el trabajo.

    Además, al analizar los datos de esas muertes se observa que los varones sufren 3,6 veces más lesiones no intencionales que las mujeres, se suicidan 3 veces más y sufren casi 4,5 veces más lesiones por agresiones que las mujeres. “Si bien podemos decir que todos estos son costos de los mandatos de masculinidad, cabe destacar que estos costos provienen de sus privilegios, son más bien “daños colaterales” por un uso excesivo de las prerrogativas de género y por las luchas por las posiciones de jerarquía entre ellos”, dice la investigación.

    El estudio usó técnicas cualitativas para indagar a grupos de adolescentes varones. El trabajo de campo se realizó en cinco escuelas públicas de cuatro regiones de Argentina: Concordia (Entre Ríos), San Miguel de Tucumán, Comodoro Rivadavia (Chubut), Moreno, (Provincia de Buenos Aires) y CABA con adolescentes escolarizados de 1° y 4° año de Escuelas Medias.

    Entre las conclusiones, la investigación encontró en los adolescentes componentes de la “masculinidad hegemónica”, como los siguientes:

    Mandato de proveedor, que impone la necesidad de “tener un trabajo para ser alguien y la responsabilidad de manutención del hogar en manos de los varones”, explica el trabajo. En palabras de los adolescentes: “Se espera que el hombre lleve la comida a la mesa, y la plata”, “uno tiene que buscar trabajo y mantener a sus hijos”, “para mí hombre es el que trabaja, el que si se cae se vuelve a levantar, el que se hace responsable”, “no sé si va a tener que estudiar tanto o algo porque ella va a tener un hombre para mantenerla”.

    Mandato de procreador, que según detalla la investigación, alienta una “iniciación sexual temprana, la presión de tener múltiples conquistas amorosas, estar siempre dispuesto a tener relaciones sexuales más allá del propio deseo erótico para evitar ser catalogado de gay”: “Por más que vos no quieras o no tengas ganas lo vas a hacer igual, lo siento yo así”. Así como el doble estándar de valoración con respecto al ejercicio de la sexualidad (Capo vs Puta): “Y si alguien me dice esta semana me cogí a cuatro, yo me paro y lo aplaudo. Y si te lo dice una amiga… tomátela de acá. ¿Cuándo paso yo?”. “Hay que ponerla”.

    Mandato de Autosuficiencia, ligado a hacer todo solo, sin pedir ayuda, no depender ni confiar en nadie, ser fuerte, “que te salga todo bien” y no demostrar sentimientos ni vulnerabilidad: “sufrir y salir adelante”. “Los adolescentes identificaron haber recibido la enseñanza de “devolver” la agresión siempre, defenderse, no dejarse “pisar” y no llorar, “porque los varones somos más duros””, apuntaron les investigadores. “Los hombres somos como monos. Los hombres tenemos que ser los más fuertes, tenemos que estar ahí, pecho duro”, dijo uno de los chicos.

    Restricción emocional, que habla de la incomodidad de hablar o expresar sentimientos. La mayoría de los adolescentes entrevistados naturalizaron el hecho de “bancarse el dolor”, “aguantar”. Relataron ejemplos de “quebrarse” y “aguantársela”, porque sí o para poder seguir jugando. Sin embargo, explica la investigación, “no ubicaron hacerlo por mandato, ni por no quedar mal entre amigos. El marcado rechazo de parte de los varones a las expresiones de afecto entre ellos se vinculó claramente a la amenaza de desmasculinización, asociada además a la sospecha de homosexualidad”: “Los varones no cuentan sus problemas personales”, “no es de hombre demostrar afecto hacia los amigos”, “no se dice te quiero. Es muy del equipo contrario. Del otro lado, gay”, “si se lo decís a un amigo quedás como un gay. Si se lo decís a tu hermano queda más normal. Porque no te vas a poner de novio con tu hermano”.

    Mandato de protector de la familia y las mujeres, que se expresó en frases como “el macho siempre tiene que ser el más protector, el que protege a las mujeres. Eso ya lo tenemos implantado”, “los hombres conocen la intención de otros hombres y por eso protegen a las mujeres”. “Desde una discursividad de la caballerosidad esta cortesía de la masculinidad hegemónica ubica a las mujeres por fuera del reconocimiento como sujetas, pero sí como objetos valiosos a “conseguir y cuidar””, apunta la investigación. En el único lugar que no se identificó esta discursividad de la caballerosidad fue en CABA, aunque tampoco se vislumbró un reemplazo con un nuevo código de buen trato hacia las chicas.

    Naturalización de privilegios y machismo por naturaleza. “El machismo es algo que sale por naturaleza… fijate en los animales, ¿Quién es el que va a cazar? ¿Quién trae la comida? ¿Quién cuida a la familia?”, dijo un adolescente. El trabajo destaca que “todos los mandatos descritos más arriba no fueron percibidos como tales, sino que aparecieron naturalizados”. En relación a las chicas comentaron: “No las dejan salir, por el sólo hecho de ser mujeres, porque piensan que no se van a poder proteger”, “yo te apuesto que si serías piba, no te dejarían hacer ni un cuarto de las cosas que hacés”, “a las pibas las tienen mucho más controladas, por el peligro que hay en las calles”, “las tienen más cortitas”. “Estas ideas los dejan a ellos, comparativamente, más despreocupados como parte de los privilegios de la crianza diferencial por género. La visualización que tienen de estas realidades es que provienen del orden de lo dado o natural, sin problematizarlas”, se explica. Frases como “la ciencia dice que (los varones) tenemos más masa muscular por lo tanto somos más atletas, más rápidos, más fuertes” o “eso está en el ADN, las mujeres pegan más despacio” dan cuenta de estas ideas. “Consideraron como natural, por ejemplo, que el deseo sexual y el inicio de relaciones sexuales de los varones comienzan antes que en las mujeres, algo que responde más a un permiso social. Es decir, no conciben que las asimetrías entre varones y mujeres que forman parte de su realidad cotidiana, se encuentran determinadas por mecanismos de desigualación social”, dice el trabajo.

    ¿El machismo es cosa del pasado?

    Si bien la mayoría de los adolescentes expresó que el machismo es cosa del pasado, en la práctica esto no pareciera cumplirse. “No parecieron sentirse parte del colectivo masculino que ejerce prácticas observadas como machistas. Casi todos los grupos daban cuenta de la existencia del movimiento Ni una Menos, aunque muy superficialmente y con mucho desconocimiento. El único lugar donde se desconocía totalmente era en Comodoro Rivadavia”, apuntó la investigación. Por otro lado, entre quienes lo conocían, “se generó un debate sobre si está bien o mal, incluso quienes pensaban que está bien opinaron que debería ser más inclusivo proponiendo como lema “ni una persona más”, lo cual da cuenta de la poca conciencia de género entre estos varones”. Por eso entre las conclusiones el trabajo apuntó que “se identifica el impacto del avance del debate igualitario entre varones y mujeres en términos discursivos, no así en las prácticas en donde se percibe un avance desigual. Los principales ejemplos que se pueden mencionar de esa tensión están ligados por un lado a la persistencia en su discurso de categorías binarias bien claras y definidas en cuanto a los géneros: “activo-pasiva”, “fuerte-delicada”, “trabajo-familia”, “pegar para descargar-llorar para descargar”, etc. Y por otro lado, a la culpabilización de las mujeres en los casos de violencia. Por ejemplo, reconocen el derecho que tienen las mujeres a vestirse como quieran, pero luego las culpabilizan en caso que sean abusadas. En general, se dejó ver en sus respuestas la sensación de que el avance de las mujeres se les vuelve amenazante, algunos hacen un descargo de un “abuso” del lugar de víctima de la mujer”.

    Hacerse varones
    “Debido al modelo de masculinidad normativa los varones suelen negar sus problemas de salud y su vulnerabilidad, se les dificulta pedir ayuda así como incorporar medidas de cuidado para sí y para les demás. No solo porque cuidar “es cosa de mujeres”, sino porque el ejercicio activo del cuidado implica reconocer son vulnerables y que su cuerpo no es indestructible”, dijo Agostina Chiodi, quien trabajó directamente en la investigación.

    –¿Cómo impactan esos mandatos en la salud o en el acceso a la salud de varones adolescentes? –le preguntó Página/12

    –Su socialización primaria les inhibe la capacidad de registrar sus propios malestares, así, los varones llegan a los servicios de salud cuando ya no dan más, por lo tanto con cuadros más avanzados.

    En el camino de “hacerse varones”, asumir riesgos parece constituirse en una estrategia fundamental para cumplir con las expectativas de lo que se considera ser un verdadero varón, por eso sostienen en mayor medida, prácticas que los exponen, a ellos mismos y a otras personas, a contraer infecciones de transmisión sexual como el VIH/SIDA, la sífilis, las hepatitis B y C, entre otras. Además, ellos se exponen a mayores riesgos de enfermedad y/o a la muerte por manejar a alta velocidad; no usar el casco en la moto; demostrar que tienen mucha resistencia al alcohol u otras drogas; o involucrarse en situaciones de violencia callejera.

    Por otro lado, Juan Escobar se refirió a las políticas públicas necesarias para modificar esos mandatos. “Uno de los grandes desafíos es el de la integralidad en el diseño de las políticas públicas. En ese sentido, pensando en niñes y adolescentes, el efectivo cumplimiento de la ESI es clave, además de la importancia de incorporar la perspectiva de masculinidades en su contenido”, dijo.

    –¿Qué otras políticas son necesarias?

    –Desde la DIAJU –respondió Escobar– venimos desarrollando un dispositivo de articulación y corresponsabilidad entre salud y educación, a través de las Asesorías en Salud Integral en Escuelas Secundarias, donde un integrante del equipo de salud cumple horas dentro de la institución educativa en un espacio de escucha confidencial y referencia al centro de salud con turnos protegidos. Según relevado en las distintas jurisdicciones, el 80% de los asesoramientos son realizados por mujeres y feminidades, y casi el 60% de los motivos tienen que ver con salud sexual y (no) reproductiva. En este sentido, este año trabajamos con los equipos para diseñar estrategias que convoquen a varones y masculinidades.

    Por otra parte, la Ley de 1000 días representa también una oportunidad para pensar e incorporar la corresponsabilidad y el rol de las paternidades en el cuidado. Con respecto a esto, articulamos acciones, dentro del Ministerio de Salud, con las Direcciones de Salud Perinatal y Niñez, la de Salud Sexual y Reproductiva y la de Géneros y Diversidad.

    Así mismo es clave la capacitación en el pregrado y las residencias de ciencias de la salud. En ese sentido, este año se diseñó un curso sobre Violencia Sexual hacia NNyA, que desde el año próximo será obligatorio para todas las residencias nacionales.

    En definitiva, lo que buscamos es la promoción de otras masculinidades, más libres, igualitarias y respetuosas del otre, que no se anclen en asimetrías; y esto sólo pueda darse desde una construcción conjunta y procesual.

     

     

    Fuente: Página 12

     

     

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