14.7 C
Posadas
domingo, 19 mayo, 2024
+SECCIONES

    Luciana de Luca: “Hay una rabia atávica que tienen todas las mujeres”

    Destacadas

    spot_img

    El avance de la desmemoria en una mujer madura,el repaso fragmentario de una vida atada a los mandatos sociales y la necesidad de preservar un lugar propio para mantener su identidad son los ejes que se entrelazan en la trama de “Otras cosas por las que llorar”, la primera novela de Luciana De Luca, autora de cuentos publicados en diversas antologías, una colección de relatos y varios libros para niños.

    “Yo repito las cosas, como una fuente, como una canción de cuna. Hay algo dentro de mí que está fermentando y se deshace como fruta podrida a la vista de todos”, cuenta la protagonista, Carolina, al comienzo del texto. Quizás se lo cuenta al lector o quizás se lo cuenta a sí misma en un intento por atrapar esos instantes antes de que se borren de su mente por el Alzheimer que avanza, como aquellos papeles en los que anota datos, anécdotas, nombres, por recomendación de su médico. Esos fragmentos son a la vez desgarradores y poéticos y permiten reconstruir la trayectoria del personaje que es a la vez la de todas las mujeres de su generación.

    Curiosamente, según cuenta De Luca la génesis del libro también fue a partir de papeles en los cuales escribía una idea o una escena que le venía a la cabeza, hasta que el material comenzó a tomar cierto volumen y se convirtió en una historia con ciertas reminiscencias autobiográficas.

    Sobre el tránsito de la literatura infantil a la de adultos, la composición de la novela y lo que hay de su abuela paterna en Carolina conversó la autora con Télam. Aquí, los tramos principales de la entrevista.

    -Télam: ¿Cómo fue el pasaje de la literatura infantil a la de adultos?¿Pueden convivir en tu quehacer cotidiano ambos géneros?

    -Luciana De Luca: Ya había hecho literatura para adultos antes de arrancar con la literatura infantil y nunca dejé de escribir para adultos. Afortunadamente son dos mundos que pueden convivir bien, por lo menos en mi cabeza, y me permiten jugar de distinta manera con el lenguaje y con la trama. Ahora escribo distintos proyectos tanto de literatura infantil como de adultos.
    Aunque el mundo de la literatura infantil es más luminoso y se tocan otros temas; y en la de adultos hay cierta oscuridad, en mí conviven las dos en paz y armonía.

    -T.: Curiosamente, la novela se fue gestando como si fuese parte de la memoria de Carolina, la protagonista, a partir de anotaciones en trozos de papel…

    -L.D.L.: Empecé tomando notas, primero en un documento más tradicional. Yo siempre trabajo así, ahora lo estoy organizando un poco más, pero siempre estaba con esta tensión pendiente de la historia. Entonces cuando tenía una idea anotaba en un papelito, me mandaba un mensaje de audio, anotaba en los márgenes de los libros que estaba leyendo hasta que eso empezó a tomar como un cuerpo más voluminoso más robusto era eso como una tormenta de papelitos y se fueron uniendo de alguna manera porque empecé a seguir esa voz y esa historia.

    La autora creció en el litoral argentino, donde se sitúa la acción de la novela. Foto: Alejandro Guyot.

    La autora creció en el litoral argentino, donde se sitúa la acción de la novela. Foto: Alejandro Guyot.

    -T.: ¿Cómo surgió el personaje? ¿Conociste a un personaje como Carolina?

    -L.D.L.: Tuve una Carolina en mi vida. Mi Carolina era la mamá de mi papá. Yo viví en la provincia de Santa Fe y mis abuelos vivían en la misma manzana. Entonces había como una especie de túnel invisible entre la casa de mis abuelos y la mía. Mis padres trabajaban y yo estaba muchísimo en la casa de mi abuela y compartía mucho tiempo con ella en su casa. Era su sombra. En algún momento yo crecí y mi abuela fue envejeciendo y empezó a tener un deterioro de su memoria y yo fui viviendo y acompañando ese proceso, de una manera muy natural, con ella. Empecé a ver sus saltos en lo que ella contaba, en la memoria, en la repetición de ciertas historias, en cómo se fijaba su atención en algunas cosas y en otras no.

    -T.: ¿Lo viviste con angustia?

    -L.D.L.: En su momento no fue algo dramático como uno podría pensar. Yo no lo veía como algo triste, era natural para mí. Incluso llegaba a resultar gracioso y nos reíamos de eso con ella. Era parte de un ciclo natural, todo como si fuera parte de esa naturaleza que habitaba en su jardín.

    -T.: En la novela también la pérdida paulatina de memoria de la protagonista tiene tanto de triste como de poético… ¿Cómo encontraste ese registro?

    -L.D.L.: Durante todos estos años en los que escribí más de lo que pensé que había escrito fui trabajando para encontrar una voz. tampoco trabajándolo a propósito. Es una búsqueda que tiene que ver con una cuestión vital. Para mí, la literatura es parte de mi vida desde que aprendí a escribir y a leer, y la construcción de una voz que me llevó toda la vida.
    En ese sentido, creo que en todo lo que escribo está esa poesía. Si releo todo lo que escribí o si releo los trayectos o lo que estoy escribiendo ahora también. Incluso como lectora, la poesía es parte de la literatura que me gusta y consumo y quiero hacer. Esa voz fuerte y a veces dolorosa, pero poética, es constitutiva de lo que soy y de lo que quiero escribir siempre.

    -T.: En contraposición con ese componente poético, por momentos, la voz de Carolina también deja traslucir mucha rabia. Pareciera rebelarse contra el lugar que le tocó en la vida, a pesar de ser de una generación de mujeres que quizás no se lo cuestionaban.

    -L.D.L.: Sí. A veces pareciera que como es una mujer de otra época no se lo va a plantear. Que le va a parecer natural quedarse en su casa. Pero creo que existe una rabia que es un poco atávica, acumulada, que tienen todas las mujeres. Además todavía hay un montón de mandatos que cumplir y hay un montón de situaciones vitales que las mujeres atravesamos y una vez que estamos ahí, nos damos cuenta de todo lo que implican, desde la maternidad al matrimonio, o nuestro rol dentro de la fuerza laboral.
    No es solo lo que tiene que ver con la pareja y la reproducción, sino que en todos los ámbitos yo creo que la fuerza de ese sometimiento histórico genera mucha rebeldía y mucha rebelión en las mujeres, especialmente en las chicas jóvenes que tienen mucha fuerza, potencia y espacio para alzar su voz. En tanto otras mujeres, desde mi generación hacia atrás a lo mejor fuimos esquivando y sorteando estos mandatos como pudimos, pero aún así creo que hay mucha rabia hacia el sometimiento, hacia la obediencia y hacia las expectativas sociales que hay respecto del rol de la mujer y las exigencias que tiene.

    -T.: En ese sentido, el rol del hombre está mucho más desdibujado. El lector quizás no llega a comprender del todo a Antonio, el marido de Carolina…

    -Creo que el foco está tan puesto en ella que puede ser que se haya desdibujado. No me interesaba. La gran lupa estaba puesta sobre ella. Era un gran micrófono para amplificar esa voz tan silenciada. Más allá de eso, el hombre en la novela responde también a un estereotipo y a un cierto mandato. Es un hombre callado y dedicado al trabajo y al sostén de la familia. Alejado de la ternura, de la sensibilidad, de la crianza, del deseo. Carolina no es una víctima de su esposo, es una víctima de un orden de las cosas. Él es un hombre que también tiene miedo y sufre.

    "Otras cosas por las que llorar".

    “Otras cosas por las que llorar”.

    -T.: Ese mandato social también se da en los espacios que transita la protagonista. Ella está recluida en su casa y su jardín es su lugar en el mundo, el único lugar donde puede ser libre. Hasta que deciden modificarlo.

    -L.D.L.: Tiene que ver con su imposibilidad para opinar, para decidir. El marido decide que van a reformar el patio, así va a ser. Ella no tiene voluntad. Ese lugar es su refugio, su espacio de consuelo, de observación y escucha.

    -T.: También aparece otro espacio, que quizás también tiene que ver con tu infancia: el del río…

    -L.D.L.: El río siempre fue importante en mi infancia. Vivíamos cerca del río Salado, que solía desbordarse, siguiendo los caprichos de la naturaleza. Esa idea de esta presencia de la naturaleza con su voluptuosidad, que también está en las plantas del patio de Carolina. es una naturaleza que irrumpe y se manifiesta, y arrasa con todo. Un poco el río es una metáfora de lo que le pasa a Carolina. Es algo que siempre estuvo ahí y de pronto se desborda, irrumpe y se lleva toda la memoria.

    -T.: El título también apunta a la poesía, pero también a un mandato hacia las mujeres: pareciera que hay cosas por las cuales se puede llorar, o otras que no.

    -L.D.L.: El título fue un hallazgo de la editora, Paula Lucantis. Es una frase que le dice el papá cuando Carolina pierde a su mamá y tiene que asumir el rol de mujer y llora porque no le sale. Es como si fuera un consuelo, pero, a la vez, un mensaje un poco crudo. A su modo le

    dice: “Contené las lágrimas porque después va a haber otras cosas por las que llorar”.
    spot_img
    spot_img
    spot_img
    spot_img
    spot_img

    Últimas noticias