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domingo, 12 mayo, 2024
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    La historia de las maestras estadounidenses que Sarmiento trajo a la Argentina

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    “Fue la lucha tu vida y tu elemento, la fatiga tu descanso y calma. La niñez, tu ilusión y tu contento.” ¿Tendría Domingo Faustino Sarmiento a esa niñez en la cabeza cuando visitó por primera vez los Estados Unidos de Norteamérica? Exiliado en Chile, partió hacia Europa a estudiar los sistemas educativos más avanzados, misión encargada por el ministro de Instrucción del vecino país. Las ciudades del viejo continente pronto lo decepcionaron. Todo le resultaba rancio. Pero en el último minuto, en Londres, encontró los escritos del pedagogo estadounidense Horace Mann, quien, en su país, en las escuelas públicas, había aplicado la doctrina pedagógica del suizo Pestalozzi. Raudamente Sarmiento partió de Liverpool hacia los Estados Unidos. Y ahí vio la luz, para iluminar la razón en la noche de ignorancia.

    “Si a algún país se parecía la Argentina por su extensión, sus novedades, su exigua población y su urgente necesidad de inmigrantes que llenaran un presunto vacío, eran los Estados Unidos”, escribe David Viñas en De Sarmiento a Dios (Viajeros argentinos a USA). “Franklin y míster Mann podían ser además los antepasados quiméricos de un burgués conquistador y plebeyo como era él. La propia novela de aprendizaje de joven pobre del Sarmiento de 1847 al fin apuntaba hacia un centro ágil, estimulante y concreto. Y como en toda historia moral del siglo XIX, los pobres siempre triunfan”.

    Mitad padre del aula mitad burgués conquistador, el futuro presidente argentino se deslumbra con los yankees, la modernidad del flirt de las jóvenes norteamericanas, compara un país y otro, una cultura y otra (“Yo viajo en contra de mi propia tierra natal”, escribe en Viaje a los Estados Unidos) y como buen pionero de avanzada prepara el terreno para el regreso triunfal de 1865, donde Horace Mann será reemplazado por su viuda Mary y la niñez por las mujeres en general, y una o dos en particular.

    A propósito de la relación entre Sarmiento y Mary Mann, así escribió Viñas (en una insólita primera persona que irrumpe en su punteo de viajeros argentinos por USA): “Contemplo una fotografía de Mary Mann en los alrededores de 1870. El parecido con doña Paula Albarracín me inquieta. Desde ya que no tan polvorienta, pero también sin marido más o menos próximo, con los ojos ahuecados, los bandos en un desaliento que le disimulan las sienes, y las comisuras de los labios como dos tajos que aluden a numerosas expectativas frustradas. Viudas las dos –de un carretero anónimo y patriota episódico, la argentina; de un vehemente pedagogo, la de Nueva Inglaterra- los pasados con esos dos hombres ausentes se les acumulan en los hombros con fatiga, escrupulosamente cubiertos de luto”.

    Pero ese pasado será decididamente la prehistoria de un caleidoscopio de historias brillantes y coloridas de unas muchachas en flor. Nada de luto, aunque sí habrá más de una fatiga, drama y melodramas por doquier.

    En el prólogo de Las señoritas, Laura Ramos condensa este segundo viaje en los siguientes términos:

    “Mann y Sarmiento ya no volvieron a verse. En cambio, el sanjuanino retomó el contacto con Mary Mann cuando regresó a Estados Unidos en mayo de 1865, veinte años después de su primer viaje. Viuda desde hacía seis años, Mary Mann se había instalado en Concord con sus hijos y con su hermana Elizabeth, muy cerca de las Alcott. Si Sarmiento hubiera viajado diez años antes, no tengo dudas que la señora Mann habría postulado para el proyecto a Louisa May Alcott, la inteligente hija de sus amigos. Pero en 1865 Louisa tenía treinta y tres años y ya era una escritora reconocida a punto de viajar a Europa. Decidida a apoyar el proyecto pedagógico de Sarmiento como si fuera propio, la señora Mann organizó una cena en su casa para que el argentino conociera a Emerson, lector de Facundo. En Cambridge le presentó al poeta Henry W. Longfellow, que hablaba castellano, y al astrónomo Benjamin Gould, amigo de Humboldt, figura muy importante para los planes sarmientinos, ya que en 1870 viajaría a Córdoba con su familia para crear el Observatorio Astronómico”.

    El “proyecto pedagógico” de Sarmiento y Mary Mann se concretó unos años después de la siguiente manera: entre 1869 y 1898 el gobierno argentino contrató a 61 maestras estadounidenses para trabajar en escuelas normales del interior del país. En muchos casos tuvieron directamente que fundarlas y en otras, ayudar a construirlas, como sucedería en Catamarca. ¿Qué es enseñar en una escuela al lado de fundarla?

    Las señoritas, de Laura Ramos, sigue los hilos de la Historia y de las historias –contexto, época, intimidad, vida doméstica, secretos y chismes- de un puñado de mujeres excepcionales o de mujeres comunes en circunstancias excepcionales, que enseñaron, fundaron y construyeron escuelas en la nueva tierra de promisión, la Argentina del desmesurado Sarmiento.

    Sarmiento, cereales y mujeres

    “Imajínese lo que sería un centro luminoso en el interior, una colonia norteamericana, en San Juan, produciendo plata, i cereales, i educando al pueblo”, le escribe Sarmiento a Mary Mann.

    Sin rodeos, el prólogo de Las señoritas se titula “Un sueño colonizador”. Evidentemente Sarmiento iba mucho más allá de lo estrictamente pedagógico en cuanto al proyecto de traer maestras para sembrar de saberes el territorio de la patria. Estaba inserto en el corazón de un proyecto de inmigración más vasto que será el que en sucesivas oleadas -1870, 1880, primeras décadas del siglo XX- le terminarán por dar una fisonomía absolutamente distinta al país aunque, por cierto, sucederá lo mismo que se vislumbra ya en el permanente tironeo con las maestras norteamericanas: todo nuevo inmigrante, más cerca del exiliado que del pionero, se sentirá fuertemente atraído por los núcleos urbanos donde por otra parte se concentraban las personas más pudientes y la riqueza de las ciudades-puerto.

    Tomando en cuenta quimeras, expresiones de deseo, la megalomanía de los emprendimientos y las situaciones concretas (por ejemplo, de la investigación del libro surge que no se tuvo en cuenta el hecho de que la mayoría de las maestras eran protestantes y eso iba a provocar mucho ruido con la iglesia católica de la Argentina, o que la mayoría de ellas llegaba sin saber hablar castellano, retrasando todo plan educativo), cabe preguntarse qué fue de ese sueño colonizador.

    Fuente pagina 12

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