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viernes, 3 mayo, 2024
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    Día del Cine Nacional: recuerdos de una historia sin fin

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    Con muchas fechas posibles para ser elegidas dentro de un contexto donde las efemérides son numerosas, tal es el caso del mundo del cine en este caso particular del argentino, resultó oportuno que cada 23 de mayo, se festeje el Día del Cine Nacional, el primer registro de ficción de la producción argentina del período silente.

    De alguna forma, y para ser precisos, el cine argentino había nacido algunos años antes, en el epílogo del siglo 19, con obras principalmente cortas, en su mayoría de carácter documental y todas silentes, y ya a principios del siglo siguiente con una impresionante respuesta de un público cada vez más ilustrado, en el prólogo del que sería el primer Centenario de la patria, cuando se conocieron “El fusilamiento de Dorrego” (1909), “La Revolución de Mayo” (1909) y “La creación del himno” (1910), las tres piezas cortas de Mario Gallo, el gran arquitecto del primer corpus filmico recreador de distintos momentos del pasado argentino con siete memorables obras en torno a esa primera gran conmemoración, cuadro vivo según una iconografía pictórica plasmada localmente en relación a los sucesos referidos.

    Seis años después, tuvo relevancia el estreno de “Nobleza gaucha” (1915), que mezcla los paisajes camperos con los urbanos. El largometraje que tuvo un costo de 20.000 se multiplicó por 40 en sus 20 salas de estreno, y fue exportado a España, donde abrió camino al futuro de la producción local en Europa. Su título sirvió, además, para un tango de Francisco Canaro y como marca de una yerba mate, así como “entraña la primera tentativa de búsqueda de organicidad en pos de una industria

    cinematográfica local”, tal como señaló en 2001 el historiador y crítico Jorge Miguel Couselo, en la revista Film Online.

    Habría de pasar más de una década para llegar al 27 de abril de 1933, hace ya 88 años, cuando en la sala del cine Real de la calle Esmeralda al 400 casi esquina Corrientes (hoy un garage), y bajo los caireles de la araña de su foyer se reunieron los fundadores de la recién nacida Argentina Sono Film y un puñado de figuras de la escena y de la música porteña para festejar el estreno de “Tango!”, el primer largometraje enteramente sonoro, que permitiría al cine argentino aprender a hablar con nuestro acento.

    Desde aquella primera aventura sonora la cosa cambió por completo, no sólo con la monumentalidad de Sono Film, un estudio construido en escala hollywoodense, al que siguió de inmediato Lumiton con “Los tres berretines” (1933), de Enrique T. Susini, uno de los “locos de la azotea” pionero de la radiofonía, el largometraje que habiendo costado 18.000 superó el millón en la taquilla, dinero con el que, en Chicago, se compraron nuevas equipamientos y con el que seguirían produciendo hasta principios de la década del 50 cuando cerró sus puertas.

    esos dos estudios se sumaron General Belgrano Pampa Films, Side, Mapol, EFA, Buenos Aires y Cinematográfica Cinco, que lejos de la Segunda Guerra Mundial, con el aporte de cineastas argentinos, como el ya conocido Soffici, Francisco Mújica, José Agustín Ferreyra, Manuel Romero, Leopoldo Torres Ríos, Luis Moglia Barth y también de algunos que cruzaron el Atlántico como los francesesDaniel Tinayre o Pierre Chenal, emprendieron grandes obras de diversos géneros que competían de igual a igual con el cine de los principales centros productores mundiales y superaban en cantidad y calidad al de todos los países de habla hispana.

    Habría de ser Lucas Demare, con la fundación de Artistas Argentinos Asociados y el estreno de “La guerra gaucha” (1942), quién daría el puntapié inicial, poco antes de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, para el inicio de la etapa de la gloria, una curiosa simbiosis entre la cultura nacional y popular y el cine industrial, alejada de temáticas foráneas, que desató el ataque de los centros de producción de los Hollywood, una situación que forzó al Estado a tomar la decisión de establecer una normativa de control llamada “cuota de pantalla” y así proteger a la industria en expansión, cosa de permitir un juego limpio, una relación más transparente y en iguales condiciones entre quienes ofertaban y los que demandaban.

    odo se estaba en plena transformación cuando de golpe algo forzó la puerta, abofeteó a los presentes, y abrió una caja de Pandora que todavía no logra cerrarse del todo. En esta crisis tanto del espectador como del sistema de producción y exhibición, todavía no hay ni vencedores ni vencidos, sin embargo sí una gran expectativa por lo que habrá de ocurrir apenas las aguas se calmen.

    La creatividad sigue viva y de nada sirve bajar las banderas antes de tiempo. Es necesario observar con atención la mitad llena (con mensajes al futuro) de la botella arrojada al mar, y pensar -con absoluta convicción de lo que se piensa-, apasionadamente, que más de un siglo de historia no fue en vano, y que el mejor cine es el que todavía no se hizo.

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